Erdogán proyectó durante un mitin electoral el cruento video en el que Brenton Tarrant masacró a 50 personas en Nueva Zelanda.  (Foto: EFE)
Erdogán proyectó durante un mitin electoral el cruento video en el que Brenton Tarrant masacró a 50 personas en Nueva Zelanda.  (Foto: EFE)

Abundan en nuestros tiempos autócratas que, dominando todas las instituciones de sus estados, realizan elecciones para crear una fachada democrática en sus naciones y luego gobernarlas de forma tiránica. Cuando estos neodictadores comienzan a perder comicios recurren a trampas para no mantener el poder absoluto.

La más reciente historia de este tipo es la del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, jefe de gobierno desde 2001: empezó como primer ministro, hasta que cambió el sistema parlamentario (en 2014) por uno presidencialista y se perpetuó en el poder con más potestades. En recientes elecciones, el partido de Erdogan, el AKP, perdió por primera vez en 25 años la alcaldía de Estambul –la ciudad más poblada, próspera y cosmopolita de Turquía– y el presidente exigió que se anularan los resultados que dieron la victoria a Erem Imamoglu, del Partido Popular Republicano, acusándolo de un supuesto fraude. No es de extrañar que el tribunal electoral turco decidiera repetir las elecciones en la ciudad más emblemática porque Erdogan, que fue alcalde de la urbe, no acepta una derrota que lo humille.

Ocurre lo mismo en Bolivia, donde Evo Morales perdió el referéndum que permitía la reelección indefinida, para luego lanzar su candidatura con una triquiñuela del tribunal electoral; en Nicaragua, que ve la consolidación de Daniel Ortega como dictador; y por supuesto en Venezuela. El mundo se va acostumbrando a esta estirpe de ‘demócratas’ absolutistas como Putin en Rusia, Lukashenko en Bielorrusia, Orban en Hungría y los extremistas de derecha e izquierda en Europa que, de llegar al poder, intentarán crear neodictaduras. La democracia se demuestra en la forma de gobernar y no porque haya elecciones.

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