Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se ha mostrado en contra de las 'narcoseries', pero aseguró que no los censurará. (Foto: AFP)
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se ha mostrado en contra de las 'narcoseries', pero aseguró que no los censurará. (Foto: AFP)

México comienza a entender que, a pesar de que ha tenido muchos presidentes y gobiernos corruptos, el de un populista como Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no es la respuesta a su progreso económico y social. El primer ministro de Hacienda, Carlos Urzúa, renunció a los seis meses de gestión, acusando a AMLO de tomar decisiones de políticas públicas sin sustento pragmático y con funcionarios que tienen conflictos de interés.

Si bien AMLO se apresuró a nombrar un sustituto tecnócrata para dar señales de tranquilidad a los mercados, la crítica de Urzúa apunta a una forma de gobernar basada en un fundamento ideológico de extrema izquierda y en el retorno del clientelismo como método de hacer política, pues el presidente hace nombramientos por amistad y no por méritos.

La renuncia de tres de sus ministros, la huelga que realizó la Policía por la polémica legislación para formar una guardia nacional (puesto que esta nueva institución los fusionaría con los militares), la anulación de un contrato para construir un nuevo aeropuerto internacional en Ciudad de México, y el anuncio del presidente de estar considerando nacionalizar industrias vinculadas a la petrolera Pemex, han creado las primeras grietas de desconfianza en el Gobierno.

Todo lo anterior no ha causado mayor impacto en la popularidad de AMLO, quien mantiene alta aprobación por su imagen de combate a la corrupción, por decretar leyes de austeridad en el gobierno central y por promover la reforma de las pensiones y beneficios sociales. Pero si esto no va acompañado de una macroeconomía estable y un discurso menos violento, México corre el riesgo de que las buenas intenciones de AMLO lo conduzcan a las malas fronteras de un “chavismo centroamericano”.

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