Foto: EFE
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Hannah Arendt nació en 1906, en Alemania, en una familia judía… los estudiosos de la historia estarán anticipando una historia con un destino macabro, pero la familia de Arendt escapa de Alemania en 1933, cuando Hitler asciende al poder. Eventualmente, se convierte en una de las filósofas más influyentes del siglo XX y una autoridad en el totalitarismo.

A pesar de escribir, como buena filósofa, con una prosa densa y haber publicado por última vez en 1975, la ya fallecida autora ha encontrado una .

Esta popularidad tiene que ver con el auge de líderes políticos que coquetean con ciertas tendencias autoritarias y, en algunos casos, las aceptan abiertamente. Este fenómeno es global y muchas personas intentan comprenderlo (Google Trends indica que ).

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Ante este renovado interés en el término, me parece prudente mencionar algunas lecciones de la autora sobre las características de sistemas totalitarios y fascistas.

Primero, para un fascista hay que tener un enemigo común y demonizarlo. Tener ciertos valores y opiniones diferentes merece el repudio absoluto. Además, hay que controlar los medios de comunicación o, en el peor de los caos, quitarles legitimidad (asunto que ya se viene haciendo con renovado entusiasmo en Perú y ). El sueño de un líder autoritario es una prensa sumisa, sin dientes.

Pero creo que el trabajo de Arendt está resonando tanto hoy por haber vaticinado el ataque organizado a una verdad informada y compartida. La filósofa escribió: “El objetivo de la educación totalitaria nunca ha sido instaurar convicciones, sino destruir la capacidad de formarlas”.

Difícil encontrar una mejor frase que ponga en contexto la actual avalancha de fake news, medias verdades y teorías de conspiración.

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