Las imágenes presentadas por primera vez al público empequeñecen los tremendos logros del telescopio espacial Hubble, señala el columnista.
Las imágenes presentadas por primera vez al público empequeñecen los tremendos logros del telescopio espacial Hubble, señala el columnista.

La nueva joya de la corona en materia astronómica es –sin ninguna duda– el flamante telescopio espacial James Webb. Una obra maestra de ingeniería que lleva el nombre del segundo administrador de la NASA y responsable entre 1961 y 1968 de cumplir el sueño de Kennedy de llevar al hombre a la Luna antes de que termine la década de los 60.

El telescopio espacial Webb ve objetos que ningún otro instrumento, en la Tierra o el espacio, puede.

Para ello, el telescopio está protegido de la radiación solar. A tal extremo, que opera muy cerca del cero absoluto; temperatura en la que según la física cesa el movimiento molecular. Esta condición tan fría le permite al instrumento óptico detectar las muy lejanas y tenues emisiones de luz que se produjeron cerca del origen del Universo conocido. Estamos hablando de objetos cuya luz demora en llegar al telescopio miles de millones de años. De hecho estaremos mirando el pasado con una nitidez sorprendente.

Esta semana, las imágenes presentadas por primera vez al público empequeñecen los tremendos logros del telescopio espacial Hubble y prometen responder varias interrogantes respecto del origen de la materia y del futuro del Universo.

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