(Getty)
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Verrocchio y Ghirlandaio, para los incultos en historia del arte, son irrelevantes. Fueron pintores florentinos. Tuvieron como aprendices a Leonardo da Vinci, el primero, y a Miguel Ángel Buonarroti, el segundo.
Seguro ambos tuvieron claro que estaban frente a portentos que los superarían y llegarían mucho más lejos que ellos. A pesar de eso, y las tensiones propias de ese vínculo —pensemos en el que hubo entre Haydn y Beethoven—, les enseñaron, apoyaron y siguieron sus extraordinarios recorridos.

Las sociedades y las organizaciones que florecen en diversos periodos tienden al bienestar austero, la meritocracia, la tolerancia y sus exponentes más preclaros promueven a quienes los van a reemplazar, saben retirarse con elegancia sin ser destronados a la mala. Nuestro país ha avanzado algo en los tres primeros aspectos: más bienestar material, suficiente libertad y algo de movilidad en función de capacidades.

Pero cero mentores, ausencia de líderes que acompañan a sus sucesores, carencia de conductores que se alegran de ahijar a quienes no son ni sus adulones ni sus familiares, falta de formadores satisfechos de ser reemplazados por los mejores de la siguiente generación para jubilarse como referentes.

¿Qué queda? En los colegios profesionales, partidos, asociaciones y federaciones de todos los tipos y alcances, pues, el asalto al poder constituido o la creación de uno alternativo. Dirigentes eternos o eternos outsiders. La OCDE está más lejos por eso, antes que por cualquier otro indicador.

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