(Getty/Referencial)
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Querida mamá: 

Te escribo para contarte, con mucha tristeza, que no iremos a Lima a pasar las fiestas de fin de año. Silvia y Zoe prefieren ir a la nieve. Quieren pasar las fiestas esquiando en las montañas de Quebec. Ya sabes cuánto Silvia disfruta esquiando.

Como sabes, están construyendo un edificio al lado de mi apartamento en Lima. Los ruidos empiezan temprano y son infernales. Incluso los sábados meten una bulla diabólica. Así las cosas, no me conviene ir a Lima mientras ese edificio se encuentre en construcción. Tú sabes que me duermo a las cuatro de la mañana y despierto a mediodía. Necesito dormir la mañana. Ese maldito edificio no me dejaría dormir. Solo iré cuando acaben las obras. En realidad, iremos a mediados de abril, pero apenas un fin de semana, para la boda de María Luisa, la amiga de Silvia. Ella es muy linda, muy inteligente. Como recordarás, perdió a su madre no hace mucho. Le tengo un profundo cariño. Sabes que detesto ir a casamientos y funerales, pero haré una excepción. ¿Puedes creer que no asistí a ninguna de las bodas de mis hermanos? Si seré un patán: falté a todas ellas. Me entristecen los oficios matrimoniales, sean religiosos o civiles. No me gusta ser parte de ellos. Admiro a mi hermano Javier por no haberse casado. Yo me casé dos veces, solo civilmente. No hubiera tenido sentido que me casara ante una religión de la que me había apartado.

Aparte del edificio en construcción, hay otras razones que me inducen a pensar que no conviene ir a Lima esta Navidad. Seré franco. Cuando mi hermano Miguel trajo a tu casa, las Navidades pasadas, a su reciente novia Julia, recordarás que ella no ganó muchas simpatías en la familia, y algunos le hicieron bromas pícaras, y Miguel se marchó, ofuscado. Conocí a Julia cuando ya se retiraban de tu casa. No imaginé que quedaría embarazada tan pronto. Fue todo bastante increíble. Recuerdo que viajaron a Miami a recibir el año. No me animé a ofrecerles la casa. Al poco tiempo, le escribí un email a Miguelito, diciéndole que tuviese cuidado con Julia, que no se atropellase, que se tomase su tiempo y la conociese con calma. Escrito el correo, estuve a punto de enviárselo, pero me detuve y lo guardé. Semanas después, Miguel me escribió, diciéndome que Julia estaba embarazada. Seré franco, querida mamá: no me alegré. Me pareció una imprudencia que, recién habiéndose conocido, fueran a tener una hija. Además, me preocupó que Julia fuese la hija de un general. Dime loco, intolerante, racista, acomplejado, pero no confío en los militares ni los policías. Si una de mis hijas se enamorase de un general, me sentiría fracasado, destruido. Por eso no me alegré con la noticia del embarazo. Y, fiel a mi estilo, no lo oculté ni supe disimularlo. Y te molestaste conmigo por expresar esos reparos en mis columnas. Dejaste de escribirme. Fuiste a la guerra conmigo en defensa de Julia y su familia. Viajaste con la mamá de Julia a Europa, decidiste que Julia y su familia eran las personas más maravillosas del mundo, me diste de baja. Esa guerra, me temo, no ha cesado. Julia y Miguelito estarán en la misa de gallo que organizarás, en la cena de Nochebuena y en el brunch del 25. No sé si tengo ganas de verlos. Habría una cierta tensión. Prefiero no incomodarlos con mi presencia.

Por suerte, mi pleito con Andy ha concluido. ¿Irán Andy y Fátima a tu casa a abrir los regalos y cenar con la familia? Espero que sí. Son muy refinados. Me alegro de que hayan sido padres este año. Andy me mandó unas fotos del bebito que me hicieron llorar. Serán estupendos padres. Como sabes, tuve una pelea con Andy por cosas de dinero. Le di plata, se ocupó de invertirla, perdimos el treinta por ciento, me enfurecí, fui a la guerra contra él. Gracias a nuestro hermano José, nos hemos reconciliado, al menos vía emails, y por eso le mandé un dinero, de manera que cada uno absorbiese la mitad de lo que perdimos, lo que me parecía justo, porque antes, debido a mis reclamos virulentos y amenazas de juicio, Andy, un caballero, había asumido toda la pérdida. Ahora, gracias a José, hemos hecho las paces, y me hubiera gustado darle un abrazo por Navidad. Creo que fuiste injusta al despedir a Andy como administrador de tu patrimonio, como yo fui injusto con él al romper inamistosamente nuestra sociedad y amenazarlo con arrastrarlo a los tribunales si no me devolvía mi dinero. Somos una familia de locos, mamá, no podrás negármelo.

Lo que me lleva a mi demente hermana Carolita. Les he mandado regalos a ella y sus hijas. ¿Irán a tus fiestas navideñas? No lo sé. Últimamente se han exiliado de la familia y pasado las fiestas de fin de año en lugares tan lejanos como Australia, Turquía o Singapur. Es increíble cómo viaja Carolita, cómo se da la gran vida, cómo gasta fortunas. No quiero imaginarme lo que serán las cuentas de sus tarjetas de crédito. Sé que tú y ella estuvieron sin hablarse un tiempo largo. Carolita se ha ido quedando sin defensores entre nosotros, sus hermanos. Muchos en la familia la ven como una persona obsesionada con el dinero, con tu dinero. Antes viajabas con ella, y esos viajes eran una locura, un frenesí, un descontrol. Compraban, gastaban, regalaban como si no hubiera mañana, y mis hermanos veían todo aquello con estupor. Me cuentan que Carolita está de regreso, que te has reconciliado con ella. Me parece muy bien. Ojalá vaya a tu casa por Navidad y mis hermanos la saluden, sin hacerle un desaire. Pero espero, por el bien de todos, que su relación contigo sea de afecto puro y no se contamine por la codicia. El problema de tener mucha plata y querer más y más es que a menudo terminas perdiendo la que ya tenías, ella lo sabe bien.

¿Sabes si Óscar está molesto conmigo por la columna que publiqué la semana pasada? Tengo la mala costumbre de contarlo todo, y el otro día conté que mi novelita “La mujer de mi hermano” se originó en una llamada accidental que me hizo la señora Sandrita desde Lima, cuando ella y Óscar eran inseparables de sol a sombra: todos los días juntos, trabajando juntos, decorando jardines juntos, haciendo exposiciones juntos, y la gente me hacía preguntas, y yo no sabía qué responder, pero cuando escuché por azar, sin querer, sin que ellos lo supieran, aquella conversación entre ambos, lo entendí todo. Me dolió, claro que me dolió, pero luego hablé con Sandra y Óscar por separado y les dije que me parecía muy bien que fuesen tan íntimos amigos, tú me entiendes. Y sí, qué más podía hacer, mamá, si yo no podía querer a Sandra, era justo que Óscar lo hiciera por mí, salvando el honor de la familia. No hay rencores por mi parte, a Óscar y Mary los adoro, pero no sé si Óscar me daría un abrazo en Navidad o me llevaría seriamente a un rincón y me diría James, cómo se te ocurre escribir esas cosas.

Pero a quienes más voy a echar de menos esos días festivos son José y Romina. Cómo nos hacen reír, qué ocurrentes son, qué listo y divertido es José. Con el tiempo se ha ido ganando mi cariño y admiración. Mamá queridísima, por favor escucha a José, hazle caso, sigue sus consejos. No sigas los consejos de Carol, confía en José.

Hoy debe de haber llegado a tu casa una maleta llena con nuestros regalos para todos. Por favor escríbeme para saber si te gustaron tus regalos.

Te llevo siempre en el corazón.
Un gran abrazo, felices fiestas,

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