En el patio de su residencia, sentado en una gran silla de mimbre, hojea los principales diarios limeños. Sin entusiasmo, espera encontrarse con alguna noticia sobre el juicio por lavado de activos que se sigue contra él y su esposa, la ex primera dama . Por ratos, cuando las nubes panzonas permiten el paso de los rayos del sol, Humala entorna los ojos y se le dificulta la lectura.

-Ollanta, ¿quieres algo? -pregunta Nadine, ni bien aparece.

-¿Algo? -responde Ollanta, sin siquiera mirarla.

Nadine hace un puchero.

-Sí, algo. Ya sabes. Un vaso de agua, gaseosa, una fruta. No sé. Algo.

Humala interrumpe su lectura, da un suspiro y solo entonces deja que su mirada llegue hasta su esposa.

-¿Y ese milagro?

-Ningún milagro. Solo te estaba preguntando.

-Me parece un poco raro.

-Cualquiera que te escucha diría que nunca te ofrezco nada.

El expresidente sonríe. Una luz de malicia le ilumina el rostro.

-Sí, pues. Cualquiera diría eso.

Nadine hace una mueca de impaciencia.

-Entonces.

-¿Entonces qué? -responde Humala, sin dejar de mirarla.

-¿Quieres algo o no?

-No, gracias. Así estoy bien -dice y vuelve a mirar las hojas del diario que tiene en manos.

La ex primera dama mueve la cabeza a los lados, se da media vuelta y camina de regreso al interior de la casa. Justo antes de cruzar la mampara que separa la sala del patio, murmura calculadamente unas palabras. Ni tan fuerte como para que Humala las entienda ni tan bajo como para que no escuche nada.

-Nadine -dice Humala, levantando la voz.

Heredia se detiene. Voltea y mira a Humala, con un rostro que simula sorpresa.

-¿Qué pasa? ¿Ya se te antojó algo?

-¿Qué dijiste?

Nadine gira apenas la cabeza hacia un lado y levanta sus hombros, todo en un solo movimiento.

-Que si ya se te antojó algo.

-No, no. ¿Qué dijiste cuando te estabas yendo?

-Nada. Olvídate.

Humala dobla el diario y lo pone sobre la mesita de mimbre, donde descansan los otros periódicos. Se vuelve a acomodar en el asiento y observa a Heredia sin reproche, aunque con auténtica curiosidad.

-¿No vas a decirme qué dijiste?

La ex primera dama vuelve a hacer un puchero. Coloca sus manos sobre sus caderas y, mientras decide qué responder, mueve sus ojos de un lado a otro.

-Te dije: ¡Quién como tú!

-¿Y a qué vino eso?

-Tú me dijiste que no querías nada, que así estabas bien y yo te dije: ¡Quién como tú! Eso nada más.

-¿Eso nada más?

-Ajá.

-¿Entonces tú no estás bien?

-No.

-Yo sabía que algo querías.

-Pues sí, sí quiero algo.

-Pero dime, ¿qué quieres?

-Necesito que volvamos a contratar al servicio.

Humala eleva el mentón y se rasca la frente.

-¿Se trata de eso entonces? Pero ya hemos hablado de ese tema.

-Ya sé, pero lo podemos volver a considerar.

-No podemos.

-¿Por qué no?

-Porque no podemos darnos la gran vida. Se supone que vivimos una vida austera y es posible que el juez no considere austero que tengamos una cocinera, un jardinero, dos empleadas y un chofer.

-¿Y qué importa si somos o no austeros? Aquí lo importante es si somos inocentes o no.

-¿Y tú qué crees?

Heredia deja sus brazos caer. Mira derrotada al suelo. Luego eleva la mirada.

-Esto no es vida, Ollanta. Dime, ¿qué hago yo haciendo el papel de ama de casa?

-Ya habrá tiempo para vivir como vivíamos.

Una melancólica sonrisa aparece en el rostro de la ex primera dama.

-¿Como vivíamos en Palacio?

-Sí, ¿por qué no?

-¿Tú crees que volvamos a Palacio? ¿En serio?

-No lo descartes, Nadine. Fíjate si no quién está de presidente.

-Es verdad. A su lado hasta tú pareces un estadista.

Humala deja entrever una sonrisa y asiente.

-Gracias, Nadine.

-De nada. Solo digo la verdad. Si a Castillo le dan la administración de un quiosco, lo quiebra.

-Para que veas que todo es posible en este país.

-Sí, pues, Ollanta. Quizá en un tiempo más estemos en Palacio.

-Siempre que no sea Palacio de Justicia.

Heredia sacude la cabeza, como queriendo borrar de su mente lo que acaba de escuchar.

-Es una broma -dice Humala.

-Igual -dice Nadine-. No me gustan esas bromas.

De pronto, el timbre resuena en toda la casa.

-Ese debe ser Pedraza -dice Humala, empezando a levantarse.

-Deja nomás. Yo voy. Total, yo soy la ama de casa, ¿no?

Minutos después, el sillón y los muebles de mimbre del patio están ocupados por los tres: Humala, Heredia y Wilfredo Pedraza, el abogado del expresidente. Pedraza, vestido de impecable terno gris, saca unos documentos de su maletín y los revisa. Mientras tanto, Heredia mira a Humala hasta que este le devuelve la mirada. Entonces, sin quitarle los ojos a su esposo, mueve su rostro en dirección de Pedraza. Humala la mira sin entender. Ella le repite el movimiento y murmura: “Pregúntale”. Humala, a duras penas, asiente con la cabeza.

-Wilfredo -dice Humala- antes que nada, quería preguntarte algo. ¿Es necesario que sigamos estando sin la gente del servicio?

-Totalmente necesario -responde Pedraza, sin apartar la vista de sus papeles.

Heredia se levanta, mira a Humala y se va del patio. Pedraza parece haber encontrado el documento que estaba buscando.

-¿Va a regresar? -pregunta Pedraza.

-No creo. Después de todo, ella tiene su propio abogado.

-Lo sé, pero Nakazaki anda muy ocupado defendiendo a la famosa Karelim.

-Eso es lo que le he dicho -dice Humala.

-De todas maneras, hay que coordinar las defensas.

-Eso también le he dicho, pero ya se lo volveré a decir después. Ahora no anda de buen humor.

- Bueno, bueno, a lo nuestro -dice Pedraza, mientras enarbola un papel-. Según este documento, tu antiguo socio insiste en declarar en contra de ti.

-¿Quién? ¿Belaunde Lossio?

-Ese mismo.

-Pero eso no puede ser. Él sabe que si nos hunde, se hunde con nosotros.

-Lo sé, pero esta gente es impredecible.

Humala se pasa las manos por la frente y niega con la cabeza.

-Por eso no me gusta tratar con gente mafiosa -dice Pedraza.

-¿Lo dices por…?

-Lo digo por Belaúnde Lossio, claro.

-Ah ya.

-Más bien, aprovechando que no está Nadine, ¿cuándo me vas a depositar mis honorarios?

-Pensé que teníamos que parecer austeros.

-Lo sé, pero tampoco tienes que exagerar.

-No sé, Wilfredo. Hay que ser muy cuidadosos con no dar la imagen equivocada.

Pedraza apenas arruga el documento que sigue sosteniendo.

-Está bien, Ollanta.

-Además, no te puedes quejar. El honorario de éxito que hemos pactado es más que generoso.

-Claro, para eso primero tendríamos que ganar el juicio.

-Espera -dice Humala-. ¿Acaso tienes alguna duda de que vamos a ganar?

Una sonrisa nerviosa brota intempestivamente en Pedraza.

-¿Tú qué crees?

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