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Futuro de Nicanor Boluarte en suspenso
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LA JUSTICIA QUE NO LLEGA

Los ojos bien abiertos Justicia Poder Judicial

No crea que las elecciones de 2026 serán la solución. Por más alianzas políticas que se organicen para tener un Ejecutivo y un Congreso mucho mejores que los actuales, valdrán de muy poco”.

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Justicia
Fecha Actualización

El problema de la Justicia es que la queremos ciega; por eso le hemos puesto una venda sobre los ojos. No siempre fue así. Desde el inicio de los tiempos, las diosas de la Justicia eran esplendorosas: Maat de Egipto, Ishtar de Babilonia, Themis de Grecia y Iustitia de Roma. Guapísimas porque, para el imaginario de la antigüedad, la belleza era armonía, la armonía era paz y la paz era justicia. Esa transitividad hacia la justicia le otorgaba a la belleza garantía suficiente; no necesitaba nada más. En la antigüedad, colocar a la Justicia una venda habría sido redundante y, por tanto, inútil. Además, la venda era propia de Tique, la diosa de la Fortuna. Tampoco era necesario vestirla con una espada ni con una balanza. Fue Hans Giengen, encargado de adornar la fuente de la Justicia en Berna a mediados del siglo XVI, a quien se le ocurrió ponerle la venda sobre los ojos, quizá porque para entonces era necesario ratificar con símbolos lo que la Justicia estaba perdiendo.  

Porque los símbolos son solo imágenes que pueden significar cualquier cosa, pero por convención les atribuimos un significado determinado. Y así como está aceptado que la luz roja del semáforo sea para detenerse y la luz verde sea para avanzar, cuando menos en la teoría de los reglamentos, también está convenido que la venda sobre los ojos significa imparcialidad, la balanza significa equidad y la espada significa el poder de resolver conflictos. Pero los símbolos son solo una ayuda visual de los atributos; no son la esencia misma. En eso los antiguos fueron más sabios porque, prescindiendo de todo lo demás, adoptaron la belleza como único símbolo de que la esencia de la Justicia estaba en la autoridad. Los llamados a resolver los conflictos fueron primero los viejos de la tribu, luego los reyes y, en los tiempos modernos, los jueces. Se presumía que la autoridad venía de la experiencia de los viejos, del mandato divino de los reyes o de la capacidad profesional de los jueces. Pero ya sabemos que no fue así, porque la historia está llena de viejos, reyes y jueces miserables. La Justicia que resultó eficaz, la que dio paz, la que perduró para prosperidad de los pueblos fue la dictada por gentes que tenían autoridad moral, que tenían el respeto de su comunidad ganado por una trayectoria ejemplar. Entonces, la autoridad de la Justicia no le viene del poder, aunque fuese legítimo y constitucional, sino del respeto que toda la comunidad le reconoce.  

Mire las perlas que venimos acumulando. Vocales de los tribunales subastando inocencias. Consejeros del antiguo Consejo Nacional de la Magistratura traficando influencias para elegir jueces. Fiscales en una guerra civil para ocupar posiciones estratégicas para dirigir investigaciones criminales, especialmente contra los políticos que no son de los suyos. Esos políticos, ante el riesgo de ser judicializados, contraatacan y dictan leyes para eliminar delitos, reducir penas y endulzar sanciones. La Justicia misma que no ayuda, sobrecargada de trabajo, sin haberse modernizado, tarda una eternidad en resolver y, cuando lo hace, se queda en las formas procesales, para que sea otra instancia la que resuelva los temas de fondo. Cerrando la lista, ya es rutina que en las protestas populares un grupo de vándalos se infiltre para incendiar los locales de jueces, de fiscales y de la Sunat para desaparecer expedientes. Sí pues. Hace tiempo que la Justicia, dependiendo del ángulo que se le mire, está sucia de corrupción, enferma por contagio de criminalidad o herida de violación. Ha dejado de ser bella, ha perdido la autoridad moral con que la soñaron los antiguos. Pero déjeme advertirle que en esto nos estamos jugando la vida. No crea que las elecciones de 2026 serán la solución, por más alianzas políticas que se organicen para tener un Ejecutivo y un Congreso mucho mejores que los actuales; valdrán de muy poco. Sin la Justicia recuperando su autoridad moral, las mejores leyes serán solo letra. La necesitamos nuevamente bella, con los ojos bien abiertos, para que empiece a poner orden desde las cosas cotidianas, para que algún día olvidemos que hoy convivimos con una criminalidad creciente. Vale tanto para el Tribunal Constitucional como para la comisaría de la esquina.    

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