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Redacción PERÚ21

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Carlos Basombrío,Opina.21cbasombrio@peru21.com

Así, a los mercados tradicionales (Estados Unidos y Europa), como a los nuevos, llega toda la cocaína, marihuana y heroína que se demanda. Es decir que luego de enormes esfuerzos para erradicar y hacer interdicción, detener mafias etc.; con los enormes gastos que ello implica y, sobre todo con el inmenso precio que pagan los países de producción y tránsito, en términos de violencia y corrupción, el resultado neto es cero.

Hasta hace poco era una realidad que casi nadie se atrevía a discutir. Esto ha empezado a cambiar. Primero desde la sociedad civil –intelectuales y líderes políticos– se comenzó a cuestionar el paradigma mismo de la prohibición como mecanismo eficiente de control de drogas y se empezó a discutir la despenalización del consumo e incluso la legalización como alternativas para, al igual que se hace ahora con el alcohol y el tabaco, concentrar los recursos en atender a las víctimas y desalentar el consumo.

Los horrores que se viven en Centro América por la violencia del tráfico hicieron que varios gobiernos plantearan la urgencia de hacer una reflexión seria y con recomendaciones de política, buscando nuevas alternativas.

En la Cumbre de Cartagena del 2012 le dieron el encargo a la OEA y, pese al escepticismo que muchos tuvimos sobre si se atrevería ir al fondo del problema, esta ha producido dos documentos extraordinarios que plantean temas esenciales para la búsqueda de nuevas políticas.

Estos textos han empezado a discutirse de manera intensa en muchos países y van a ser el referente para los innumerables cambios que se vienen. Desgraciadamente aquí, donde el problema es tan relevante, no hay atención alguna a este trascendente debate.