La producción nacional del sector primario disminuyó en -2,63% en julio. (Foto: USI)
La producción nacional del sector primario disminuyó en -2,63% en julio. (Foto: USI)

Entre los analistas existe una especie de obsesión con el PBI; parece ser que todo camina bien si el PBI aumenta todo lo que se pueda, un proceso denominado crecimiento económico. Por el contrario, entramos en depresión emocional si disminuye. ¿Está justificada la exagerada reacción al cambio en un número?

El PBI mide el valor de todos los bienes y servicios finales producidos en un país en un periodo; es decir, cuánto produce una economía. No es un indicador de bienestar, pero puede estar conectado.

El crecimiento económico es una condición necesaria, pero no suficiente para elevar el bienestar. Puede conectarse con el bienestar a través de dos canales: primero, al aumentar el PBI, se produce y se vende más; por ello, crece la recaudación tributaria. Así, el crecimiento financia el mayor gasto público, pues el PBI da recursos al Gobierno de turno para gastar más; pero hasta ahí llega. Cuánto y cómo gasta el Gobierno, y en qué sectores, es clave para conectar PBI con bienestar. Si el Gobierno gasta bien en educación, salud, reducir pobreza rural, entre otros, sí es posible que exista la relación entre ambos.

En segundo lugar, al aumentar el PBI se puede pensar que el empleo crece, pero depende del sector. Imagine que el PBI aumenta porque un sector, que es intensivo en tecnología, lidera el crecimiento. Entonces, tal mejora no impactará en el empleo ni el bienestar. Supongamos ahora que se trata de un crecimiento liderado por sectores que demandan muchos trabajadores. ¿Ahí sí existe conexión? Otra vez, depende de la existencia de ciudadanos que además de querer trabajar estén capacitados para ello. Y esto pasa por hallar personas productivas con niveles adecuados de educación, sea en el nivel superior o técnico.

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