El presidente Martín VIzcarra y su gabinete ministerial en un pronunciamiento. (Palacio de Gobierno)
El presidente Martín VIzcarra y su gabinete ministerial en un pronunciamiento. (Palacio de Gobierno)

El gobierno y el sector privado tienen que desarrollar una relación de confianza. Al gobierno le serviría la velocidad y eficacia del sector privado para meter más goles, que le faltan. Al sector privado le convendría que las regulaciones sean prácticas y ayuden a enfrentar la crisis sanitaria y económica, y demostrarle a la población que es parte importante de la solución, frente a la amenaza del populismo que el Congreso viene encarnando.

Construir esa confianza puede no ser fácil, pero es lo sensato. Hay que cuidar los modos y las frases, pero actuar ya. Convocar a quienes faciliten esa confianza, en el rol que sea más útil. Quienes tienen menos posibilidad de ayudar le harían un favor al país cuidándose de no entorpecerlo. Un millón de peruanos pueden quedarse sin empleo formal en lo que resta del año y no sabemos cuántos van a perder un miembro de su familia.

Razones para desconfiar sobran, pero la crisis obliga. Desde hace años, el Latinobarómetro nos jala en confianza en todos los indicadores posibles: a los peruanos nos une la gastronomía y “Contigo Perú”, mucho feeling, pero nada de confianza. Y el presidente Vizcarra, según quienes han escrito libros sobre él, también es desconfiado.

La mezcla de COVID-19 e informalidad es mortal y ahora se agrega el populismo. Solo nos queda aprender a confiar y nutrir esa confianza, con hechos y palabras, día a día, hasta que haya vacuna cuando menos, e idealmente por mucho tiempo más. Esta crisis puede obligarnos a hacer reformas a las que les hemos zafado cuerpo durante mucho tiempo, y a apostar en serio por digitalizar, bancarizar, reformar el Estado, el sistema de salud y educación, por poner ejemplos.

A pesar del esfuerzo de funcionarios que son también héroes, el Estado peruano tiene dañada la espina dorsal: si el cerebro ordena levantar el pie izquierdo, con suerte levanta alguna mano. Muchos municipios no reparten canastas, no se anticipa que los mercados van a ser fuente de infección, y hasta la Contraloría tiene problemas de corrupción. Tenemos ese Estado porque hace décadas que nos da flojera o miedo generar el acuerdo político para reformarlo.

La lógica de la cuarentena ya no sirve, hay que pensar el próximo año y medio, o más. Si los objetivos son capear la crisis económica, establecer protocolos de distancia física en todo el país, reformar la salud, desarrollar una educación de calidad que implique un componente importante a distancia hasta que haya vacuna, y llegar con programas de ayuda a los más pobres, además de enfrentar el populismo del Congreso, no hay tiempo que perder.