María Angélica Correa (EFE)
María Angélica Correa (EFE)

Esta columna no es de política. Me equivoco, sí es política. Es nuestro invivible vivir. La humanidad que nos arrebató el castro chavismo. ¿Cómo vivo? ¿Cómo vivimos? ¡Cómo, sobrevivimos! No hay espacio en miles de columnas para describir esta tragedia.

Regreso a casa, en medio de una oscuridad escalofriante, un desierto de almas. Unas tuvieron que irse, familias desmembradas por el mundo con el dolor de los viejos que se quedan solos, confinados en sus hogares, en un auto toque de queda. En ese recorrer de mi ciudad destruida, veo a los que comen de la basura; veo largas filas por un miserable trozo de pan; rostros delgados, sufridos, con esa palidez del hambre. Es miseria. Es la destrucción de la república. No sé cuáles otras sanciones internacionales vendrán, pero esa miseria se acentúa aceleradamente, porque ese es el objetivo del régimen.

Salgo poco, para ahorrar gasolina. Caminar es casi un suicidio. Intento encontrar alimentos en el abasto de toda la vida, y saludo al dueño, mi amigo portugués, que ama tanto a Venezuela que se resiste a irse. En la entrada, niños con la piel pegada a sus huesos me piden algo de comer. A poca distancia, una mujer clase media compra huevos rotos que le salen a mejor precio. Salgo a buscar medicinas, para escuchar que no hay. Salgo a perseguir gasolina, en mi país petrolero, o que alguna vez lo fue. ¡Ahorrar el poco efectivo que tengo es vital! El régimen solo autoriza sacar casi 25 centavos de dólar de un cajero. Pero no hay. El transporte público se paga en efectivo, ¿cómo hace un trabajador? Qué locura, todo, y más. Ayer, me enteré que mi médico que me haría un tratamiento se fue del país. Llegando a casa vi un destartalado camión que vociferaba consignas de un candidato a gobernador. En esta dictadura –comunista– habrá elecciones en menos de 15 días. Lo siento, amigo lector, si no pude transmitirle este invivible vivir. Quizá, para entenderlo, hay que vivirlo.

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