Martín Vizcarra llegó al Congreso acompañado de manifestantes que apoyan a Rafael Vela y Domingo Pérez. (Anthony Niño de Guzmán)
Martín Vizcarra llegó al Congreso acompañado de manifestantes que apoyan a Rafael Vela y Domingo Pérez. (Anthony Niño de Guzmán)

En 1962, la Unión Soviética (URSS) instaló misiles en Cuba, con alcance suficiente para atacar a los Estados Unidos (EE.UU.). Durante 13 días, el mundo estuvo al borde de otra guerra mundial. Para evitar el conflicto, EE.UU. dispuso un bloqueo para impedir que los barcos soviéticos entregaran carga nuclear a Cuba. Las naves tuvieron que regresar. Tiempo después se sabría que la crisis había terminado en empate. La URSS retiraba los misiles de Cuba y, en reciprocidad, EE.UU. retiraba los misiles de Turquía. Cada potencia alejaba los misiles que la otra había instalado cerca de su territorio. Esa fue la clave del acuerdo.

Tener claro el objetivo es el primer paso para el éxito. Pero en la crisis de estos días contra la corrupción, andamos distraídos con tanto ruido político. Todos los afanes están sobre los personajes de la escena oficial, en tanto que hay poca preocupación por las fuentes de la propia corrupción. La corrupción potente se financia con dinero obtenido criminalmente. Lo habilitan el narcotráfico, la minería informal, la tala ilegal, el contrabando, la trata de personas y el robo en obras públicas. Bloquear esas fuentes sería una victoria categórica. Además, con tantas manifestaciones contra la corrupción, uno imagina que sería muy fácil aprobar políticas públicas contra esas fuentes. Pero no hay leyes que lo manden, ni interés para ponerlo en agenda, ni marchas que lo pidan.

La guerra contra la corrupción tampoco la podemos ganar de cualquier modo. Si además de económica y política es también moral, no hay fin que justifique los medios. Preocupa, entonces, que para acelerar la renuncia de un Chávarry cuestionado como fiscal de la Nación, el presidente haya presentado un proyecto de ley que somete a emergencia al Ministerio Público. Ese proyecto ha servido para que Chávarry pierda apoyo político y reponga a los fiscales anticorrupción, pero no debiera servir para mucho más. Es inconstitucional y, aunque la justicia esté muy enferma, no se le cura con ese remedio.

Recuperar la justicia es, pues, otro tema pendiente que necesitamos con urgencia para luchar contra la corrupción. Dejemos que ella, reorganizada constitucionalmente como se debe, haga el trabajo inmediato de meter a la cárcel a cuanto corrupto encuentre. Los demás debemos ponernos de acuerdo en políticas públicas, leyes y equipos que bloqueen el flujo del dinero que corrompe. Un ataque frontal contra la corrupción misma. Ese es el objetivo central. Así se gana. De otro modo se pierde.