Naves del olvido

“Al deterioro de la imagen del Perú como destino, se le sumarán pronto, si es que no ha sucedido ya, otros perjuicios económicos que costará mucho remontar. Y lo del turismo es solo la enésima señal de alarma sobre lo que se le viene al país si no se logran cortar los conflictos”.
El cierre de Machu Picchu dejó a turistas varados en la ciudadela inca y sus alrededores.

La cancelación de arribos de grandes cruceros de lujo a cuatro puertos peruanos –– debido a la violencia en las protestas, era algo que se veía venir. Y no es cosa de broma. Es parte inevitable del efecto dominó que desencadenan crisis de este tipo, en las que la seguridad interna, y con ello la seguridad de los viajeros, se ve seriamente debilitada.

El daño al turismo empezó con las regiones del sur, pero su impacto, como vemos, alcanza ya a todos los ámbitos económicos y comerciales relacionados con esta actividad, que tantas divisas reporta al país. Ahora, por ejemplo, estas y otras naves llenas de turistas se dirigirán a puertos de países vecinos, donde seguramente dejarán esos beneficios contantes y sonantes que antes se quedaban en nuestro territorio.

En general, la industria turística está sufriendo un menoscabo irreparable en las regiones donde antes era la fuente principal de trabajo y de ingresos para miles de familias peruanas. Cusco, Arequipa, Ica, Puno se han visto seriamente afectadas por los disturbios y los feroces ataques y amenazas de los vándalos. Negocios quebrados, hoteles y restaurantes cerrados, posibilidades de comercio y puestos de trabajo echados a perder.

Los más perjudicados, como es obvio, son los pequeños y medianos emprendedores que operan a lo largo de la cadena de valor generada y sostenida por la llamada industria sin chimeneas. Sin ir muy lejos de Lima, el presidente de la Cámara de Turismo y Comercio Exterior de Paracas, Eduardo Jáuregui, ha sido muy duro al culpar, ya no solo al gobierno del golpista Pedro Castillo por esta calamitosa situación, sino también al Congreso de la República.

Y no le falta un ápice de razón. La injustificable renuencia, poniendo condiciones absurdas y pretextando leguleyadas, a adelantar las elecciones generales para este año, 2023, no hace sino agudizar la zozobra en que hoy –especialmente en la zona sur peruana– vive la ciudadanía, sea cual sea el estrato social al que pertenezca. Sabemos de los intereses oscuros de unos, pero ¿qué les pasa al resto de congresistas? ¿Viven en otro planeta?

Al deterioro de la imagen del Perú como destino, se le sumarán pronto, si es que no ha sucedido ya, otros perjuicios económicos que costará mucho remontar. Y lo del turismo es solo la enésima señal de alarma sobre lo que se le viene al país si no se logran cortar los conflictos.

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