Sufragar significa asumir una gran responsabilidad que requiere un voto consciente e informado.
Sufragar significa asumir una gran responsabilidad que requiere un voto consciente e informado.

En Perú hay 196 alcaldías provinciales y más de 1,800 distritales. Cerca de 2,000 alcaldes fueron elegidos el domingo, pero al cierre de esta columna, parece que no serán más de 10 mujeres las que asuman esos puestos. A nivel nacional, por cada 200 alcaldes habrá solo una alcaldesa. Lo mismo para los gobiernos regionales. Ninguna de las 25 gobernaciones estará bajo el mando de una mujer.

No más del 0.5% de gobiernos locales y regionales tendrán a una mujer a la cabeza. Esa cifra no solo es ridícula en un país donde más de la mitad de la población está compuesta por ellas, sino alarmante.

Es fácil decir que no hay impedimentos para que las mujeres postulen y que en el Perú todos somos iguales, pero esta brutal disparidad nos debería convencer de que, si bien los obstáculos no son formales, sí existen en la práctica. El primero probablemente sea que muchas mujeres renuncian a la posibilidad de hacer política antes incluso de imaginarla porque seguimos viviendo bajo un esquema en el que el rol de una persona en la sociedad se define por su género y liderar públicamente es todavía, para muchos, un rol inaceptable en ellas.

Un siguiente obstáculo aparece al momento de pasar el filtro subjetivo de los cacicazgos políticos que definen las candidaturas, mientras que otro obstáculo surge en la propia elección. Cada uno vota por quien mejor lo representa, pero resulta poco creíble que los hombres siempre representamos mejor. Lo cierto es que la sociedad peruana cavernaria y machista mayoritariamente no votaría por una mujer. El argumento de que no hay mujeres capaces se cae de maduro cuando vemos a mucha de nuestra representación política masculina.

Es imposible pensar en democracia si la mitad de la población está al margen. Si no vemos el problema, es porque no queremos.

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