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Redacción PERÚ21

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Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantesAyer se celebró el Día Internacional de la Mujer y este viernes enterré a mi madre. Se fue de improviso, discretamente, en la austeridad que siempre quiso de su vida. Tenía 78 años. Aunque ella lo hubiera visto con horror, si escribo sobre ella en una tribuna pública no es por abusar de esta. Es porque en la vorágine de las celebraciones de las mujeres "exitosas", de las empoderadas en la política, la empresa, las artes y las letras, en el frenesí por las emprendedoras y las profesionales y sus carreras reseñadas en reportajes y primeras planas, siento como que no hay lugar para mujeres como mi madre.

Es como si el hecho de no estar bajo esa profusión de luces y fuegos artificiales la condenara al fracaso. Es curioso porque siempre que veía los resultados del incansable cumplimiento de su deber y abnegación en sus quehaceres del día a día le decía, en el código que manejábamos como cómplices de un juego secreto entre ella y yo: "la madre triunfó". Sí, triunfó.

La profesión de mi madre fue ser madre. Es hoy una profesión poco conocida, si apenas un "bachillerato" o unos "estudios generales" en una larga carrera que, en los tiempos que corren, muchas mujeres preferirían saltarse para dirigir grandes corporaciones, ser socias de los bufetes más importantes o disponer de presupuestos colosales para "ayudar a la humanidad" en los foros de las burocracias internacionales. En resumen: ir al grano.

Nunca entenderé, sin embargo, cómo se puede dirigir, disponer o ayudar con la empatía propia a la natural calidez de una mujer sin haberse realizado primero en la profesión de madre. Ser madre no se trata de parir, por supuesto. Las hay quienes no han tenido esa dicha pero que ejercen la profesión materna en un entorno que llenan de luz y alegría.

Fue, sin duda, la profesión de madre la que hizo que la mía tratara con una bondad indecible a todos los humildes que alguna vez estuvieron bajo sus órdenes. Y, en realidad, a cualquiera. "Nunca alguien me había hablado así como tu madre", me dijo alguna vez un pobre marginal toca timbres que me contó que, cuando niño, mi madre le enseñó a hacer una sopa de tostones luego de abrirle la puerta y regalarle media despensa y todo un ropero.

Se tomó el trabajo de anotarle de su puño y letra los pasos para preparar un sinfín de cosas para que "no fallara" porque "era muy fácil". Los últimos que estuvieron por aquí haciendo la limpieza no hace poco fueron los itinerantes Sabino y Margarita. Eran los más parcos que yo haya conocido pero cuando se enteraron de la muerte de mi madre se pusieron a llorar. Es curioso porque sólo la habían visto dos veces en su vida. Acababan de empezar. "La señora era muy buena", sollozaron.

No sé cuánto trabajará una profesional de las finanzas o una ministra de Estado. De mi madre sí sé. De seis de la mañana hasta las doce de la noche. Ininterrumpidamente. Desde hace más de 50 años en que se casó. Nunca tuvo sueldo, vacaciones ni CTS en el ejercicio de su profesión de madre. Apenas el seguro social por ser esposa de mi padre.

Tuvo cuatro hijos a los que enseñó a leer y a escribir pues, además de madre, fue maestra. Tenaz en inculcarnos el amor por la alta cultura, por lo bello y edificante, por lo noble y elevado. No entendía la vulgaridad y sufría mucho por los tiempos que corren. Era una señora de otro mundo.

Tenía el corazón muy grande para tiempos tan pequeños. Mis hermanos, mi padre y yo muy especialmente le agradecemos, en el alma, no haberse "liberado" como MUJER de la profesión de MADRE.

Este día también es tuyo, mamá.