Sujeto degolló a su ex pareja delante de los hijos  de ella y luego intentó suicidarse. (Getty)
Sujeto degolló a su ex pareja delante de los hijos de ella y luego intentó suicidarse. (Getty)

Quemadas, chaveteadas, baleadas, golpeadas a puño o patada, degolladas, ahorcadas, violadas… las modalidades son múltiples, pero razones, las de siempre: mujeres que se resisten a tener relaciones sexuales o de pareja, a obedecer al hombre o, simplemente, porque este se deja llevar por los celos.

Así, las historias de pretendientes o ex novios despechados como las de maridos abusivos y violentos que terminan asesinando –o intentando hacerlo– a sus parejas son noticia cotidiana. De hecho, en el primer trimestre del año, el feminicidio en el país ya cobró 45 víctimas; es decir, cada dos días se mata a una mujer en el Perú.

Para detener esta masacre no basta endurecer leyes y penas carcelarias; es un tema que debe trabajarse desde casa y sobre todo desde la escuela, sin dejarse avasallar por la estulticia de grupos religiosos conservadores –pese a los figurones públicos que llevan a remolque, marcha tras marcha– opuestos a la igualdad de derechos entre los géneros y a que las mujeres tengan el control de su cuerpo, y que en el fondo no buscan más que alargar la cadena histórica de temor/desprecio por el sexo femenino, si no es para que viva sometido al hombre.

Es ahí, en ese instante, el de la formación de los individuos en interacción con sus comunidades, que se siembran las semillas del mal. El acoso a niñas y adolescentes, lo sabemos, va del presuntamente inofensivo comentario –potenciado ahora por las redes sociales– al tocamiento no consensuado y de ahí a la agresión sexual. El escalamiento de estos abusos se produce, desde luego, en casos específicos –las estadísticas señalan que son cada vez más frecuentes– por inacción de profesores y padres de familia que tienden a “normalizar” el asunto, sin saber que tales situaciones pueden derivar, con el tiempo y la adultez, en falaces justificaciones de violencia doméstica, cuando no comportamientos directamente criminales.

Es toda una cultura de género lo que debe revolucionarse, desde las aulas y patios de recreo, desde la casa familiar. Solo entonces el Perú dejará de ostentar el írrito, ominoso pendón de ser uno de los países más inseguros del mundo para las mujeres.

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