(Facebook)
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Nuestro país está sufriendo de una ola brutal de violencia en contra de la mujer. Es una ola que halla todas las formas de quebrar nuestra capacidad de indignarnos y que nos inunda, cada cierto tiempo, con un pudor que es difícil de explicar. ¿Cómo se explica uno que quemen viva a una mujer en pleno recorrido de un bus de transporte público? ¿Cómo se lo explica uno a un niño? ¿Se le previene a la hora de abordar un bus indicándole que esté atento por si algún malnacido ha decidido actuar ese día? Estamos de acuerdo en que vamos mal.

La pregunta que toca hacernos, sin anestesia, es qué estamos haciendo. Porque hace solo unos meses era el caso de la niña Jimenita el que exprimía nuestros corazones por la crueldad de su asesino. Poco antes de eso, fruncíamos el ceño frente a las imágenes que mostraban la muerte de Marisella Pizarro en Tarapoto, cuando su ex pareja decidió rociar con combustible la peluquería en la que Marisella y Tirsa Cachique trabajaban. Luego prendió la gasolina y se fue corriendo. Murieron ambas. Y el agresor ya estaba denunciado por la víctima.

Entonces, nos encontramos en esta espiral de violencia en la que la indignación parece arrinconarnos de vez en cuando y acumularse como culpa y rabia en nuestras gargantas, en las redes sociales, en las calles, en todos lados. Pero luego esa justa crispación va perdiendo fuerza. Llega el lunes y nuevamente empezamos a dejar correr el tiempo de ese reloj maldito que ya rebana minutos hasta que aparezca un próximo caso. Con sus titulares, sus reclamos correctos y su justa indignación. Quizás sea la hora de hacer algo con tanto dolor.

Los colectivos feministas como #NiUnaMenos –y otros– han cumplido con una misión titánica: han visibilizado una realidad que anduvo siempre enraizada en la cultura machista de nuestro país y que difícilmente era hablada y discutida de manera abierta. Han logrado dar el primer paso: hoy sabemos que tenemos un problema. Pero lo cierto es que el siguiente paso no lo puede dar la sociedad civil. Le toca al Estado. Le toca entender que la educación es la base de una sociedad menos violenta. Le toca quebrar con algunos viejos paradigmas.

Ojalá que todos los políticos que se indignan sigan así la semana que viene, para que hagan algo.