Lula da Silva acumula ocho causas en la justicia, incluidas las dos por las que fue condenado, todas ellas vinculadas con diferentes asuntos de corrupción. (Foto: AFP)
Lula da Silva acumula ocho causas en la justicia, incluidas las dos por las que fue condenado, todas ellas vinculadas con diferentes asuntos de corrupción. (Foto: AFP)

Lo ocurrido tras la muerte del nieto del ex presidente Lula da Silva revela el extremo al que puede llegar el odio, la falta de empatía y el fanatismo de quienes navegan sus vidas con miseria y sin alma. Con apenas siete años, su nieto murió marcado por el peso insufrible del bullying escolar y la burla de la familia Bolsonaro y de muchos de sus votantes, quienes antes ya habían reído con otras tragedias personales que el ex presidente había enfrentado: la muerte de su mujer y la de su hermano hace solo un mes (a quien no pudo despedir). Ahora lo hicieron con el nieto inocente, quien no tendría por qué haber sido arrastrado por los problemas que tienen al abuelo en la cárcel. Es difícil imaginar qué lleva a alguien a regocijarse por la muerte de un niño y es espeluznante pensar en lo que viene a continuación.

Una situación muy distinta ocurrió hace diez años cuando murió la mujer de Fernando Henrique Cardoso, el gran rival de Lula. Esa vez, el gobierno de Lula decretó tres días de duelo oficial y ambos lideres se estrecharon la mano en señal de solidaridad, mostrando que el dolor ajeno y las disputas políticas no tienen por qué ser parte de la misma receta. ¿En qué momento se degradó así el sentido de humanidad?

Aunque en menor medida, vemos que en Perú suceden situaciones similares, donde las familias tienen que pagar los platos que ellos no rompieron y se cree que las tragedias que golpean al rival son un castigo casi divino. Al ver el dolor ajeno como una oportunidad para aplastar un poquito más a la figura pública odiada y para lanzar ríos de basura en las redes sociales, construimos un abismo en el que tarde o temprano todos caerán. Si insistimos en seguir cavando, nadie se salvará, ni por posición política o acceso al poder, de caer tarde o temprano por el despeñadero.

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