notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Carlos Meléndez,Persiana AmericanaEntre los analistas ecuatorianos existe un debate sobre la caracterización del régimen político bajo el mandato de Rafael Correa. Para algunos se trata de un dominio autoritario, específicamente por la vulneración de los derechos relacionados con las libertades individuales, de expresión y de comunicación. Para otros, no se había rebasado el límite autoritario y cuenta con una democracia con fallas. La derrota del oficialismo en las elecciones subnacionales de este año dieron cuenta de la competitividad del sistema.

El sábado los hechos respaldaron al primer grupo. En su informe anual a la nación, Rafael Correa se retractó de su posición inicial de no participar como candidato en una nueva elección presidencial. Señaló que después de una "sincera reflexión", apoyará una enmienda constitucional para establecer la reelección indefinida de todos los cargos de elección popular, incluyendo obviamente la Presidencia de la República. Esta reforma supondría un cambio profundo en las reglas de juego democráticas, establecidas por su propio proyecto político con el claro objetivo de perpetuarse en el poder.

Los caudillismos yacen en las antípodas de la institucionalidad democrática. Su alta dependencia de un líder –y su incapacidad de delegar o endosar apoyo– los conducen a moldear las normas a su conveniencia. Con Correa culminó un periodo de inestabilidad política en Ecuador, aunque a costa de una tendencia crecientemente autoritaria. Si bien guió a la economía y al desempeño estatal por caminos eficientes –al punto de denominar la gestión como el "milagro ecuatoriano"–, su legado para el régimen político es perjudicial. Correa ha abrazado el personalismo autoritario, impidiendo el "milagro democrático" en nuestro vecino país.