(Getty Images)
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No sé si lleguen a leer esto. Ojalá que les llegue por algún lado antes del partido del martes. Porque creo que escribo por muchos peruanos, por demasiados. Por más de los que jamás había visto reunidos detrás de una idea. Es que ustedes y el profesor Gareca no saben lo que han logrado todavía por aquí. Quizá les quede aún el sabor amargo de ese palo que paró a Aquino. Quizá siguen –como cualquiera– en el laberinto del “qué hubiera pasado si…”. No lo merecen.

Solo un pigmeo moral es incapaz de encontrar gloria en la derrota. Y no estoy hablando de fútbol, sino de la vida. Porque en días como estos, esa forma rara de tiempo a la que llamamos fútbol termina siendo un espejo de cosas más grandes. Su eliminación no es justa, no la merecían. Jugaron mejor y con más fútbol. Pero la vida no es justa pues: hay arcos que se cierran, días en los que nada sale, penales que todos quisiéramos patear de nuevo y golpes que tumban.

Desde un rinconcito, la suerte echa sus caprichos y nadie se libra de cicatrices que no corresponden. Pero recuerden siempre que de ustedes nadie esperaba buena suerte, que de eso no se encargan los hombres. De ustedes queríamos ilusión, coraje, huevos, dignidad y un motivo para alejarnos de todos esos goles que de lunes a lunes la vida nos mete y nos comen la cabeza. Y eso nos lo han dado como nunca, como nadie. Es que una cosa es perder y otra es fallar.

Ustedes no han fallado. A mí, mi viejo me contaba que en el 70 nos sacó Brasil con Pelé. Pero que Perú era un equipazo y que no le bajábamos la cabeza a nadie. Ustedes ya nos regalaron esa historia que le contaremos algún día a nuestros hijos: que nos sacó Francia por un gol, que eran de los mejores equipos del mundo y que no les empatamos por un palo, por un pelo, porque sí. Pero que nunca paramos de tratar, que los franceses terminaron pidiendo tiempo.

Levanten las cabezas bien alto, carajo. Nos han dado una lección a todos: con esfuerzo, disciplina, orden y constancia podemos ser ese país que le mira los ojos sin miedo a los retos más grandes. Ese pueblo de alma rara que sabe ser inmenso y glorioso en la derrota. Nos han hecho volver a creer en que sí podemos y con la misma camiseta. Con Australia salgan a jugar, que el fútbol es solo eso: un juego; la dignidad con la que nos han hecho llorar va en serio.

Bailen en Sochi, que aquí los esperan solo pechos inflados por esa franja que ustedes desempolvaron y llevaron hasta arriba de nuevo. No se olviden nunca que no hay que ganar para ser héroes. Y eso es lo que son: nuestros héroes.

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