(Alessandro Currarino)
(Alessandro Currarino)

Lo que hace Ricardo Morán al criar a sus hijos solo es valiente por donde se vea. Es un acto heroico con el que está abriendo un camino necesario. Viene desafiando con solidez –directa y transparentemente– a la cucufatería local, donde buena parte del pensamiento funciona de una manera terriblemente rígida con demasiados miedos y prejuicios.

La forma en que varios han reaccionado por la nota que Perú21 le hiciese a Morán ayer es delirante. Pareciera que en las mentes de los que han saltado rabiosos por su reciente paternidad y orgullosa homosexualidad todo es binario: todo tiene que ser negro o blanco, bueno o malo, correcto o incorrecto. Para ellos, si eres gay, no puedes ser papá porque la familia solo puede tener una forma. ¿Según quién? La realidad demuestra todo lo contrario. Hay distintas formas de familia, diferentes maneras de formar un proyecto de vida e infinitas maneras de compartir amor.

El problema es que esa rigidez de miradas y criterios se ha logrado imponer por mucho tiempo en el país, recortando las libertades de peruanos sistemáticamente. Ejemplo de esto es que en el Perú no existe ni siquiera un debate sobre la maternidad subrogada y es imposible que un padre soltero pueda inscribir a sus hijos, algo totalmente legal en buena parte del mundo donde han sabido legislar con base en la ciencia y no con base en dogmas. María Luisa del Río también contaba en su columna del sábado que no pudo inscribir bajo su nombre a las mellizas que cría junto a su pareja porque la ley lo impide.

¿Por qué se ve como una amenaza reconocer a esas distintas familias?
En tiempos en los que las palabras y pensamientos parecen ser insuficientes para expandir derechos, la acción decidida y audaz, como la de Ricardo y María Luisa, tiene que convertirse en el lenguaje común.

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