Mi dictadura favorita. (Foto: GEC)
Mi dictadura favorita. (Foto: GEC)

Los dueños del púlpito de la moral y las buenas costumbres tienen un problema: sostienen que los gobiernos que ellos aceptaron han sido de los más corruptos de las últimas décadas y mencionan a Alan García, PPK y Keiko Fujimori, aunque esta última solo fue candidata. ¿Pero qué le probaron a García? Nada. Keiko está presa supuestamente por haber recibido plata de Odebrecht, pero aún si lo hubiese recibido, en esa época no era delito. PPK está bajo arresto domiciliario sin sustento. Es que aquí no nos importa la democracia; lo que importa es que sea “nuestro” dictador el que gobierne.

El asunto viene al caso porque un grueso número de opinólogos ha señalado que está bien que se haya cerrado el Congreso, porque el nivel era muy malo y el fujimorismo le ha hecho daño al país. Uno de ellos es el señor Vargas, que todavía no supera que el chino y su tractor lo vencieran mientras él hablaba de Popper en Puno. También los “liberales”, los compañeros de ruta que se aúpen al vizcarrismo y la izquierda. Pero la izquierda jamás va a entrar a Palacio por la puerta grande. Es por eso que son expertos en ganzúas de puerta falsa y en ingresos por la ventana. A ellos, claro, se les suma parte de la prensa. Esa que se dice imparcial y que está más parcializada que nadie. Para todos ellos, los fujimoristas –puchi– les caían muy mal. A mí tampoco me caen tan bien. Pero entiendo que la diferencia entre un bananerismo contemporáneo y una república es que hay que aceptar los resultados de lo que el propio pueblo elige. Ya nos toca.

En los próximos 15 meses, hay solo dos grandes batallas que librar: que el régimen económico se mantenga intacto y que el señor Vizcarra, el golpista, se vaya a su casa el 28 de julio de 2021. ¡Ni un paso atrás!

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