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Cuando metemos una cosa en el cajón, ¿deja de existir? Al declararla prohibida, ¿la solucionamos?, ¿la gestionamos?, ¿la regulamos? Las drogas y la prostitución se ponen bajo la alfombra y creemos que ya hemos cumplido.

¡Craso error! Nunca en la historia se ha logrado impedir la compra de un producto o la prestación de un servicio demandado por la sociedad. Contra esto jamás ha dado resultado la penalización.

Con el cigarrillo fue claro. La regulación y no la prohibición derrotó a la nicotina, que es cinco veces más adictiva que la cocaína.

En el comercio, prohibir solo lleva al fracaso y al delito. Es tan absurdo como arar en el mar, con el agravante de que pone a todos en modo “está en el cajón, ya no lo veo”. ¿Y todo lo demás? “No lo necesito hacer. Ya hice mi trabajo moralista”.

Hay quienes piensan distinto. René Van Swaaningen, profesor de criminología en Rotterdam, señaló que los holandeses están imbuidos de pragmatismo en la ley y el orden, con enfoque relativamente liberal en drogas y prostitución. “A diferencia de EE.UU., donde la gente tiende a enfocarse en los argumentos morales para el encarcelamiento, los Países Bajos están más enfocados en lo que funciona y es eficaz”.

Noticias y números hablan por sí solos: “Holanda: Las prisiones están vacías” y han cerrado 27 cárceles. Su tasa de encarcelamiento es 53/100,000 habitantes, mientras que en Hungría es 181, Reino Unido 148, España 141 y EE.UU. 693. La baja tasa holandesa se debe a normas laxas e inteligentes sobre narcóticos, enfoque en rehabilitación y uso de tobilleras de control.

En el mundo sobran delitos y presos. En el Perú, además, congresistas y jueces medievales a los que sí tendríamos que meter en un cajón o invitarlos a un “Perú Exit”.

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