Tamar Arimborgo y su férrea denfesaen de su cuestionado proyecto de ley sobre enfoque de género. (GEC)
Tamar Arimborgo y su férrea denfesaen de su cuestionado proyecto de ley sobre enfoque de género. (GEC)

¡Cómo vamos a avalar eso!, le repreguntó el martes el congresista Carlos Tubino al periodista que le inquirió sobre la propuesta presentada por su colega Tamar Arimborgo.

¿Su firma es una de las que avala el proyecto?, respondió el reportero desconcertado. Sí, dijo el vocero de Fuerza Popular, pero quedamos en que debía hacer correcciones. “Las observaciones que se han hecho en redes y en la prensa coinciden con nosotros, nosotros no estamos para avalar temas que a todas luces suenan ilógicos”, aseveró.

Pero el problema es que la lógica de la congresista Arimborgo es una realidad. Ella y gran parte de los electores que la eligieron, comparten razonamiento. Están seguros de que los textos educativos están “hipersexualizando” a los niños, creen que el propósito de educar combatiendo taras sociales como el machismo, la homofobia y la discriminación termina produciendo cáncer o sida. Y lo creen porque piensan que las enfermedades son un castigo divino que merece todo aquel que desobedece las normas de su iglesia y cae en la perversión.

Están convencidos de que niños y jóvenes no deben hablar de sexo y menos en el aula escolar. Sostienen que la identidad sexual de una persona tiene que ver con su anatomía y no con su mente; y juzgan, y enseñan a juzgar, a los que son diferentes.

Sin temor a equivocarse, afirman que Dios tiene sexo, que es hombre; y lo imaginan con el ceño fruncido, parado en la puerta del cielo, para que no se cuele ni un solo homosexual.

En el fujimorismo hay gente que quisiera guardar distancia con el ridículo; así se aprecia en el diálogo transcrito líneas arriba, pero a la hora de la hora, sus representantes se pelean para ser oradores en las marchas de Con Mis Hijos No Te Metas.

Sin embargo, en el interior del país, quienes enarbolan esta bandera son los grupos de la izquierda radical. Igual que ciertas iglesias evangélicas, los seguidores de Antauro Humala defienden el machismo y persiguen a los homosexuales. Para no quedarse atrás, los ronderos que militan en el MAS, el partido de Gregorio Santos, castigan a latigazos a las mujeres acusadas de adúlteras y a las que desobedecen o cuestionan al jefe de su ronda campesina.

El asunto es serio, el populismo autoritario ha encontrado en ese sector de la población un nicho para ganar electores. Y está dispuesto a concederle espacio sin reparos, aun en contra de la lógica, de la integridad de las personas y de la salud de la ciudadanía.

La congresista Arimborgo declara a gritos, en la radio y en la televisión, que la palabra “género” tiene “bastantes ambigüedades”, que eso confronta a los padres, a quienes invoca “a participar en la formación educativa de sus hijos”. Su objetivo es evidente, es el empoderamiento político de las asociaciones de padres de familia en las que su iglesia y su partido hacen proselitismo. Tamar Arimborgo no ha retirado su proyecto en contra de la educación sin distinciones, lo ha suspendido para reformularlo.

La pregunta es: ¿Quiénes cosecharán de este predicamento hostil y rabiosamente retrógrado? ¿Cuál de los extremos se hará de este bolsón electoral? A los que irresponsablemente apuestan por esta aventura discriminadora, perfectamente les podría salir el tiro por la culata. Al etnocacerismo y Con Mis Hijos No Te Metas los unen más convicciones de las que uno imagina.

Mientras los feminicidios aumentan conforme corren los días de este nuevo año, la caricatura de Rosa Bartra magullada, publicada en un semanario local y las violentas imágenes, acompañadas de crueles e inexactos calificativos contra la jueza Elizabeth Arias, publicados en las redes sociales, porque fue víctima de una violación hace más de diez años, dejan de ser expresiones sintomáticas de nuestras debilidades para convertirse en tremendas manifestaciones de los trastornos que padece nuestra sociedad.