De: alguien que no votó la última vez y no votará la próxima
A: quienes fueron elegidos y quieren volver a serlo
CC: todos los que tienen DNI azul o electrónico
No tengo un DNI de verdad. Tampoco RUC. No puedo abrir cuentas en un banco, hacer transferencias de dinero ni pagar impuestos. Lo que yo piense no debería importarles demasiado, ni a ustedes ni a los señores y señoras que mandan, porque lograron convencer a quienes sí tienen un DNI de verdad de que los escojan para mandar. Aunque quisiera, no podría, sin ayuda, depositar ese papelito en la caja sobre las mesas el día de las elecciones. Si me empino con todas mis fuerzas, apenas llegaría a rozar el borde con la nariz, como aquella vez que acompañé a mi mamá a un colegio donde no había clases, pero sí largas filas de adultos.
En lo que sí tengo mucha experiencia —mucha más que ustedes— es en obedecer. Me dicen a qué hora levantarme y a qué hora acostarme. Debo asistir a un lugar lleno de otros chicos donde me enseñan lo que otros decidieron que es importante aprender, en el orden y tiempo que ellos determinan, incluyendo cuándo descansar y comer. Encima, me hacen preguntas constantemente, y si no respondo lo que esperan, me califican con numeritos o letras que me quitan muchas de las cosas que más disfruto.
Ustedes quisieron que los eligieran, y los que tienen DNI de verdad fueron obligados a elegir. ¡Qué combinación más extraña! Al menos ellos pueden escoger quién los va a mandar. Yo no tengo esa opción. Tampoco puedo salir a la calle con carteles y altavoces, escribir artículos, firmar comunicados —mi firma no existe—, hacer huelgas ni publicar mis opiniones o sentimientos en redes sociales.
En esta lucha entre ustedes por ser los más mandones de los mandones, y la nueva que empiezan para volver a serlo, los veo acusarse de muchas cosas. En mi mente se forma la imagen de cientos de mandones en un escenario gigante, apuntándose unos a otros con el dedo, no para señalar un camino, sino para desviar la atención: “fue él, no yo”. Pero no he escuchado nada que tenga que ver conmigo ni con quienes tenemos DNI de juguete. Claro, como no votamos, no prometen bajar el precio de las golosinas, reducir las clases, alargar los recreos, dejarnos más tiempo frente a las pantallas, prohibir las tareas, ni convertir las escuelas en parques de diversión.
Ahora soy un mandamenos, un mandanada, poseedor de un DNI de juguete, un cero a la izquierda en el conteo de votos. Algún día, aunque no puedo imaginarlo del todo —a veces no lo quiero, otras lo espero con rabia—, voy a tener voto. Me pregunto si, al verlos mandar y pelear por volver a hacerlo, aprenderé algo sobre cómo se manda.