Alexandra y Gabriel, los dos jóvenes que murieron mientras trabajaban en el McDonald’s de Pueblo Libre durante la madrugada del domingo, estaban cumpliendo una jornada de 12 horas. Un turno que no tiene justificación alguna en una cadena de comida rápida. 12 horas seguidas es un abuso, sin contar que a cambio recibían un pago que no superaba el sueldo mínimo.

Como Alexandra y Gabriel, son miles los que trabajan entre la precariedad y la explotación, en empresas formales e informales, en jornadas maratónicas mientras arriesgan sus vidas. La precariedad laboral no es una abstracción, sino una realidad que tiene rostro humano, que miles enfrentan y que se lleva la vida de algunos.

Esa precariedad y esa explotación son las mismas que mataron a dos jóvenes encerrados en un container bajo el fuego de Las Malvinas y a cuatro trabajadores en Larcomar, asfixiadas en oficinas y depósitos sin licencia ni salidas de emergencia. ¿Hasta cuándo las víctimas de la precariedad laboral? Pero nuestros políticos siguen discutiendo sandeces, mientras existe un Perú agónico al que le seguimos dando la espalda. En esta realidad distópica la rentabilidad empresarial tiene la prioridad, no la gente. Por eso, quien argumenta que la fiscalización laboral es una traba burocrática se vuelve amigo del progreso, mientras quien se preocupa por los trabajadores es considerado un obstruccionista. Así se han normalizado demasiadas formas de esclavitud moderna.

Por cierto, hace un par de años, Domino’s, la cadena de pizzas, cerró porque encontraron una cucaracha en una pizza. Ahora dos jóvenes murieron electrocutados en McDonald’s, la cadena de hamburguesas, y hasta el momento no pasa nada. ¿Será que una pizza con cucaracha importa más que la vida de dos jóvenes? Las prioridades nos definen como sociedad.

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