(Foto: Captura de pantalla)
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El gobierno se excedió al nombrar a Cluber Aliaga como ministro del Interior cuando este se encontraba en las antípodas de lo que Francisco Sagasti y Violeta Bermúdez pensaban sobre los cambios en la alta dirección policial y lo ocurrido en las marchas. Se entiende que ambos necesitaban ceder en algo para lograr la confianza del gabinete en el Congreso, pero si no quisieron cerrar filas con el ministro Rubén Vargas luego de una decisión compleja como pasar a retiro a 18 generales, no había por qué irse al otro extremo.

No es secreto que Cluber Aliaga estaba en la orilla opuesta al gobierno. De hecho, ya estaba inscrito ante la ONPE como candidato al Congreso con el partido Contigo, que agrupa a Juan Sheput y otros que respaldaron el ascenso de Merino. Además, su involucramiento con ese sector de la derecha local era lo suficientemente transparente como para que su designación fuese celebrada por el entorno de Ántero Florez-Aráoz. Por eso, que Cluber Aliaga haya terminado siendo más terna que ministro no debería ser ninguna sorpresa. La pregunta es, más bien, por qué Sagasti y Bermúdez decidieron colocar a alguien que se sabía que no estaba de acuerdo con la decisión más controversial del inicio de su gestión.

Pero nada de eso convierte a Cluber Aliaga en adalid de la coherencia. Un servidor público que se respeta no acepta ser ministro si piensa totalmente distinto al presidente que lo invita a ser parte de su gabinete. Si su renuncia fuese realmente por principios, es por esos mismos principios que nunca debió aceptar ser ministro.

El Ministerio del Interior se ha convertido en un campo de batalla y ahora irán contra el recién juramentado José Elice, un buen profesional, cuya designación, en otra situación, sería saludada por quienes hoy la critican. Pero así es cuando quienes fracasaron en su intento de capturar el poder, ahora reagrupados, buscan recuperar algo del terreno perdido.