(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Dejando a un lado los memes y las bromas por lo menuda que estuvo la movilización de ayer, la única que han logrado los que acusan un golpe del “vizcarrismo chavista-comunista”, es positivo que el fujimorismo, el aprismo, los evangélicos y los pocos representantes de ese 10% que no está conforme con la nueva realidad en el país puedan reunirse y marchar libremente por Lima. ¿Qué mejor muestra de que la democracia subsiste?

Desde la parte alta de la pirámide del poder y el privilegio, muchos en esos grupos han estado acostumbrados a tildar de vagos y revoltosos a quienes participan en protestas. Ahora, cuando su castillo de naipes se está desplomando, se dan cuenta del valor de la manifestación ciudadana y de lo fundamental que es proteger ese derecho, aun cuando ejercerlo implique incomodar a otros ciudadanos, como lo han hecho ayer quienes salieron a manifestarse. Con suerte ya entendieron el significado de la frase “no escupas al cielo que te puede caer en la cara”.

Aunque diminuta, la marcha de ayer es una manifestación de algo que he venido argumentando: a pesar de las tensiones Ejecutivo-Legislativo, la matonería congresal, los destapes de corrupción, la desilusión que por momentos nos ha embargado y la captura del Estado que se está develando, nuestra democracia ha seguido funcionando porque se le ha permitido operar. Desde 2016 cada situación de crisis aguda ha sido lidiada con un recurso constitucional (ya sea censura, moción de confianza o referéndum), con la gente dejándose escuchar y con la aplicación de la ley.

La crispación no permite verlo con claridad, pero estamos logrando cambiar la trayectoria de nuestra historia usando las instituciones de las que siempre renegamos, pero que vienen siendo más útiles de lo que estamos dispuestos a aceptar.

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