En un país donde el 85% de los peruanos considera que la situación está empeorando —según la última encuesta nacional de Datum—, el marketing tiene una responsabilidad que va más allá de las ventas: debe contribuir a recuperar la esperanza. No se trata de maquillar la realidad, sino de comunicar posibilidades. De narrar lo que sí funciona. De poner en vitrina lo bueno que sí está ocurriendo en medio del caos.
Hoy, cuando la desconfianza en las instituciones alcanza niveles críticos y el desánimo contamina la conversación pública, las marcas tienen una oportunidad histórica: ser narradoras de futuro. La esperanza no es ingenuidad; es estrategia. Comunicar esperanza, desde la verdad y la coherencia, puede ser el diferencial más potente que una marca puede ofrecer.
El marketing para la esperanza no vende ilusiones. Vende propósito, posibilidad, pertenencia. Se trata de dejar atrás el catastrofismo fácil y apostar por un relato más justo. Un estudio de Nielsen reveló que los mensajes positivos y esperanzadores generan un 23% más de recordación en audiencias jóvenes, y un 18% más de intención de compra en mujeres.
En el Perú, ya existen ejemplos concretos. La campaña “Peruanos Camiseta” de Cristal no solo apeló al fútbol, sino a valores de unidad y esfuerzo colectivo. La marca Inkafarma, por su parte, lanzó campañas educativas en zonas rurales que hoy son parte de su reputación sólida. Y en el sector de alimentos, San Fernando ha enfocado su narrativa en la familia, el esfuerzo y la nutrición como pilares de un país que puede salir adelante.
Lo esencial es la autenticidad. Si una marca quiere hablar de esperanza, debe demostrarla en su actuar: en cómo trata a sus trabajadores, en cómo se comunica con sus clientes, en cómo impacta su entorno. De lo contrario, el mensaje se convierte en una promesa rota más.
El Perú necesita reconstruir su autoestima colectiva. Y las marcas, como actores visibles y poderosos, tienen un rol en ese proceso. No se trata de reemplazar al Estado, sino de asumir una parte del relato nacional. Porque cuando las marcas comunican futuro, inspiran acción. Y cuando esa acción se multiplica, el país avanza.
El marketing para la esperanza no es optimismo vacío. Es liderazgo con visión. Y si alguna marca aún duda de su poder para generar cambios, que recuerde: todo gran cambio comienza con una historia bien contada.