Mario Vargas Llosa: Nuestra vida y el escribidor

“Me volví adicto a sus columnas periodísticas. Era una delicia discrepar con él, enriquecía nuestra perspectiva”.

Fecha de publicación: 15/04/2025 4:53 am
Actualización 15/04/2025 – 11:55

Por Alex Huerta-Mercado

 

Cuando estaba por terminar el colegio nuestra entrañable profesora Nelly nos hizo leer La ciudad y los perros. El Perú atravesaba por la violencia política, vivíamos una crisis económica fortísima y había incertidumbre por todos lados. Aquellos muchachos que constituían el colegio militar de la novela nos reflejaban. Todos queríamos ser héroes, pero terminábamos siendo víctimas como El Esclavo, victimarios como El Jaguar o intentábamos de alguna forma salir de ese círculo apelando a nuestra creatividad como El Poeta. Era reconocido internacionalmente cuando nos sentíamos anónimos frente al mundo.

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En la universidad seguimos leyendo Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo e Historia de Mayta. Seguía siendo un ícono, pero se vislumbraba que nos opondríamos a sus visiones políticas. Comenzábamos a discrepar con un autor que en los libros era formidable, pero que defendía ideas con una pasión que asustaba. Revisábamos de manera crítica el informe Uchuraccay que llevaba años de publicado, cuestionábamos sus ideas liberales en extremo y no compartíamos su visión sobre Arguedas. Quizá junto a los estupendos momentos que nos hizo vivir con su literatura, lo que más agradezco a nuestro nobel es que nos permitió el arte de la discrepancia, presentándose muy consecuente consigo mismo y capaz de enmendar sus propios rumbos. Con el tiempo me volví adicto a sus columnas periodísticas. Y nuevamente era una delicia discrepar con lo que decía porque enriquecía nuestra perspectiva, aun por oposición.

 

 

Cuando estudié mi posgrado en Antropología en Nueva York, un profesor nos hizo leer Lituma en los andes en inglés para contrastarlos con otros puntos de vista acerca del llamado “mundo andino” y me impresionó que la presencia de Vargas Llosa se filtrara en la exigente academia antropológica estadounidense. De alguna forma, me hizo sentir acompañado, pues veía a un peruano presente en un mundo donde los extranjeros éramos venidos a menos.

Cuando ganó el Nobel, sentimos que habíamos clasificado a un mundial y su discurso nos desbordó.

Hemos crecido con él. Contradiciendo a su crítica a la sociedad del espectáculo, lo hemos convertido en parte de nuestros chismes. Tal vez porque parafraseando su famoso testimonio en la entrega del Nobel, “el Perú soy yo”, él ha logrado que efectivamente nosotros seamos parte de él. Gracias, entrañable cadete.

 

 

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