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Redacción PERÚ21

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Escritora

El año pasado, Marisol Palacios, fundadora del Festival de Artes Escénicas (FAEL), presentó nuestro festival ante programadores de festivales de otros países en Santiago de Chile con estas palabras: "Durante casi 40 años, debido a dictaduras, el conflicto armado y la crisis económica, el Perú no ha tenido contacto con las nuevas corrientes culturales en el mundo. Nuestros artistas han trabajado en la oscuridad, el atraso y en la más completa adversidad". Años después, añadió, recobrada la estabilidad política y económica, fuimos recuperando al público, sobre todo haciendo comedias. Pero el teatro más arriesgado, político, reflexivo, casi desapareció. "Para reavivar esa voz se creó el FAEL", explicó Palacios. Para que esa voz tan silenciada durante los años de conflicto se escuche aquí y afuera. "Porque solo un país que habla puede sanar."

El discurso de Palacios tuvo un impacto enorme. Muchos programadores de festivales, impactados, se le acercaron interesados en conocer artistas peruanos. El FAEL tuvo tres ediciones, miles de personas vimos el trabajo de directores y muchos de ellos fueron al teatro por primera vez. Y así como el FAEL, con esa misma motivación de generar espacios de reflexión y de intercambio humano, se crearon programas culturales como las funciones gratuitas de la Plazuela de las Artes; Cultura Viva Comunitaria, que trabajaba iniciativas culturales en diferentes barrios de la ciudad; Lima Vive Rock; entre otros. Hoy el festival ha sido desactivado –así como todos los programas culturales creados por la gestión de Villarán–, las protestas de los artistas e intelectuales son calificadas de elitistas y se cuestiona la importancia de invertir en cultura, mientras la popularidad de Castañeda sigue intacta.

La cultura nos da la oportunidad de evolucionar como seres humanos, porque propicia la reflexión y la comprensión de nosotros mismos y del mundo. Sabemos bien que nada de eso le interesa a la mayoría de los peruanos, que tiene otras prioridades fundamentales como alimentarse, sobrevivir a la delincuencia y tener un trabajo. Y, al no haber podido acceder a la cultura, no sorprende que esa mayoría considere que su desarrollo consista únicamente en cubrir estas necesidades básicas. Qué importa la mafia y la corrupción, qué importa que no pueda ver arte ni teatro; lo que importa es que me dejen trabajar en mi combi. Para la mayoría solo es posible ver el mundo amarillo, como los muros de Castañeda. Es responsabilidad de los que sí tenemos el privilegio de acceder a la cultura que el resto de peruanos vea la importancia de enriquecer su vida a través de ella. La crisis y la guerra nos dejaron heridas muy grandes. Somos un país creativo y trabajador, pero profundamente ignorante. Para sanar esas heridas, como dijo Palacios, y desarrollarnos –no solo económicamente–, es preciso recuperar la autoestima, la capacidad de tender puentes, de crecer juntos. Esto solo lo vamos a conseguir invirtiendo en cultura. Porque gracias a la cultura podemos ver que el mundo amarillo es pobre, que es mucho más rico cuando tiene muchos colores.