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Redacción PERÚ21

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Escritora

Cuando uno termina de leer el libro Mitad monjes, mitad soldados de Pedro Salinas y Paola Ugaz, le cae encima una sombra teñida de desamparo y rabia. De los treinta testimonios de ex sodálites, son dos los que, sin ser los más terribles, me inquietaron más. El primero es el de la única mujer, Rocío Figueroa, una ex fraterna sodálite: una inteligente y valiente joven que, víctima de un abuso sexual de Germán Doig, pidió que se cerrara la causa de su beatificación, enfrentó a Luis Fernando Figari y presentó denuncias ante el Tribunal Eclesiástico y el Vaticano. Una mujer íntegra que trabajó a contracorriente para ser reconocida dentro de la institución, pese al desprecio sodálite hacia las mujeres. Figari la humilló y la discriminó: cuando ella le contó que Doig la manoseó, él le dijo: "Seguro que fuiste tú quien lo sedujo". Escandalizada, fue ella la que propició el inicio de las denuncias que desencadenaron la dimisión de Figari; y finalmente renunció.

Otro testimonio impactante es el del autor del libro, Pedro Salinas. Él no sufrió abusos sexuales, pero fue víctima de algo igual de grave: destruyeron su relación con su padre. Cuando estaba en el colegio, sufrió una crisis a raíz de la separación de sus padres, y entonces fue captado por el Sodalitium: "Durante años viví resentido con mi padre, y él conmigo, pues ambos pensábamos que no le importábamos al otro. Jamás se nos ocurrió que un miserable había interceptado nuestras cartas y las había incinerado a propósito para distanciarnos. Y luego, no contentos con violar mi correspondencia, avivaron un odio intenso y soterrado hacia mi padre "por haberme abandonado". (…) Es difícil perdonar algo así. (…) me robaron a mi padre". El maltrato psicológico a adolescentes es tan execrable como los abusos sexuales. El día de la presentación del libro, la madre de Salinas lloraba. Cuántos padres y madres habrán hecho lo mismo, tramitando la culpa por haber permitido que sus hijos caigan ahí; agradecidos de tener, por fin, la oportunidad de empezar a sanar.

Las denuncias son escandalosas y empezaron hace muchos años, sin embargo hoy el Sodalitium se resiste a sacar a Figari. Y aunque lo hicieran, no serviría de mucho. Es una organización de control mental hecha a imagen y semejanza del fundador, gobernada por una ideología fascista, racista y misógina, que normaliza la violencia y da la espalda a los principios cristianos básicos. La Iglesia Católica, tan experta en encubrimientos, se suma a los abusos mirando para otro lado: Cipriani se lava las manos y el Vaticano manda un visitador que se niega a hablar con las víctimas. ¿Es este el Dios en el que creen, uno que mira a otro lado cuando se daña a tantos adolescentes? Gracias a este libro, ahora está todo mucho más claro: una cosa es Dios y otra muy distinta es la Iglesia Católica.