Mariana de Althaus: Un actor nunca se cansa
Mariana de Althaus: Un actor nunca se cansa

Redacción PERÚ21

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Escritora

Hay muchas cosas que nadie sabe de Gustavo Bueno. Como que estudió derecho pero nunca ejerció, ama el huayno, es un apasionado lector y un esforzado corredor de maratones. Tiene un gran compromiso social, es militante de izquierda y nunca se queda callado cuando se trata de defender la democracia, la cultura y la dignidad humana. Hijo de una importante actriz, empezó a actuar a los 9 años, ha protagonizado varias obras de teatro y ha actuado en 15 películas. Todos recordamos al justo teniente Gamboa, al temible Iván Roca y el vulnerable don Ventura, por eso el Festival de Cine de Lima ha incluido en su programación un justo homenaje a nuestro querido actor y la exhibición de tres de sus trabajos más emblemáticos: La ciudad y los perros, La boca del lobo y Caídos del cielo, recordadas películas de su íntimo amigo Pancho Lombardi.

"Uno se llama actor cuando pisa las tablas", ha dicho Gustavo. Aunque es conocido por sus papeles en el cine y en la televisión, él siempre se da tiempo para volver al escenario. En el 2012 lo invité a actuar en mi obra "El Sistema Solar". Aunque era un proyecto arriesgado y de bajísimo presupuesto, él aceptó inmediatamente. Dos años después lo invité a que interpretara a Fiodor Karamazov. Él, el único actor que había leído la novela, aceptó el reto con gran entusiasmo, y aunque nadie está más lejos de la maldad del personaje dostoievskiano que él, lo hizo estupendamente. "El teatro me da alegría", dijo una vez en una entrevista. Y yo creo que es verdad: llega siempre sonriente, lleno de energía, escucha con atención las indicaciones del director, hace bromas mientras fuma su pipa y coquetea respetuosamente con las actrices. Luego pasa su letra caminando de un lado al otro sin parar. Desprendido, generoso y paciente, despliega a su paso una alegría envidiable y contagiosa.

Hay actores muy eficaces, solventes, camaleónicos. Pero hay pocos que tienen el don de la "verdad". Gustavo es uno de esos. Cada cosa que hace en escena está cargada de verdad: sus palabras y sus gestos sobrecogen y movilizan, en cada una de sus miradas podemos ver el fondo de una herida, pues ¿de qué otra cosa está hecho el verdadero teatro, si no es de heridas y de pérdidas? Una vez le preguntaron si pensaba retirarse en algún momento, y él respondió: "Un actor nunca se cansa". En efecto, cuando los teatreros, como Gustavo, asumimos el teatro como una familia, un refugio, un espacio para la solidaridad, no nos cansamos de trabajar. ¿Qué sentido tiene hacer teatro, si no es como lo hace Gustavo, para hallar en él el placer de la comunión y la fraternidad? Cuando le preguntaron cómo quería que lo recuerden, respondió: "Como una buena persona". Y luego agregó: "Y como buen actor". Una entrañable persona, un gran actor y un caballero.