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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La muerte es inherente a la vida. Tarde o temprano la vida se acaba. Pero una cosa es morir como parte del proceso natural, y otra cosa es que te arrebaten la vida.

Eso último ocurre a diario. En tragedias que hacen eco en el mundo entero, o que te tocan vivir de cerca, entre tus amigos de Facebook o entre tus familiares; pero también en sucesos cotidianos que casi pasan desapercibidos y no afectan a nadie más que a quien muere y a su familia. A lo mucho, una reseña en la página de un periódico da cuenta de esa muerte casi invisible. Una muerte que se ha vuelto insignificante por la forma como nos hemos acostumbrado a ella. Y sin embargo, no caemos en la cuenta de que ese antihéroe anónimo de la prensa podríamos ser nosotros. Una vida menos arrebatada a la vida.

Te arrebatan la vida cuando estás caminando y disfrutando un feriado, y un psicópata envilecido por un odio fanático decide atropellar a decenas de personas con un camión. O cuando estás en un centro comercial y un desadaptado decide llevarse consigo la vida de cientos de inocentes, todo en nombre de un poder supremo que es más valioso que la vida misma.

Te arrebatan la vida –¡y de qué manera más triste!– cuando tus manitos o pies, aún regordetes, se cuartean y ponen morados por el frío intenso que cada año vuelve y vuelve y vuelve hasta que te lleva consigo de a pocos. Peor aun: cuando tu familia, tus vecinos y las autoridades, que deberían velar por ti, saben perfectamente que ese frío vendrá por ti y por tus amiguitos, y no les permitirá seguir persiguiendo ovejas de nuevo ni jugar pelota. Cuando todos miran indolentes cómo te lleva el frío, pero se quedan congelados, sin hacer nada, pues así ha sido siempre.

Te arrebatan la vida, también, en las calles sin nombre de esta ciudad, en cada esquina. O peor aun, te dejan vivo, pero con una discapacidad que te quita las pocas ganas que te quedan de vivir. Porque cuando no tienes dinero, es más barato morir que quedar discapacitado. Es más fácil el duelo que la carga. Es más fácil partir que quedarse.

Te arrebatan la vida cuando vas al médico que debería curarte, y este te trata peor que tu dolencia. Cuando te inyectan el remedio al que eres alérgico, o cuando te amputan la pierna sana. Cuando tu corazón deja de latir en un pasadizo esperando tu turno. Cuando te hacen notar que eres irrelevante.

Te arrebatan la vida cada vez que tu papá, tu tío, tu primo, tu vecino o tu profesor se mete a tu cuarto y te silencia con amenazas. Te dice mentiras y te confunde. Te obliga a callar y te violenta. Una vez y otra vez, y otra vez más, y así por años, a veces por siempre. Te arrebatan la vida, pues no hay día en que no pienses que mejor sería morir que vivir así.

Uno vive para vivir, no para morir en vida. Y la única manera de detener estas muertes cotidianas, estas muertes en vida, es diciendo: ¡Basta! Porque si no lo decimos cuando le toca a otro, ¿quién lo va a gritar cuando nos toque a nosotros?