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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La declaratoria del estado de emergencia en el Callao trae consigo nefastos recuerdos. Abusos policiales, daños colaterales, inocentes que resultan heridos y hasta muertos. Es inevitable recordar los toques de queda y la prohibición de juntarse en grupos en la calle y, ¡ay! si olvidaste tu documento de identidad en casa. Si bien para el caso del Callao no se ha anunciado el toque de queda ni restringido el derecho de reunión, la tensión que vivirán sus ciudadanos va a ser importante.

Más allá de la justificación de esta medida, la pregunta que surge es ¿por qué las autoridades esperan que la olla a presión reviente? ¿Cuándo podrán proponerse soluciones para hacer más eficientes los servicios de protección e investigación policiales?

¿Por qué los secretos a voces no son debidamente investigados y las bandas criminales desarticuladas o los políticos corruptos expuestos? Los ciudadanos que vivimos aterrados en una ciudad criminal no solo estamos hartos de salir con temor a la calle o de vernos atrapados en el lío de otros, como les ocurrió al taxista y a su hija que tuvieron la mala fortuna de estar en el lugar equivocado.

¿Cuánto es el presupuesto que la Policía o el Ministerio Público no han ejecutado este año? ¿Por qué no se implementan soluciones tecnológicas para que patrulleros y policías hagan mejor su trabajo?

Y, además, ¿cómo ir disminuyendo la corrupción? Desde el policía que pide cinco soles para su gaseosa hasta el que recibe miles de las redes delictivas. La sociedad corrupta no permite que el país desarrolle. Les roba dinero a quienes más lo necesitan y se instala cual cáncer en la vida cotidiana de todos. No extraña que exista un 9% de limeños que creen que es justificable pagar una coima a un funcionario municipal para acelerar un trámite y se atreven a decirlo en las encuestas de Lima Cómo Vamos.

El deterioro social se cuela en las acciones simples, cuando optas por comprar música pirata, cuando metes el auto en contra pues es "solo una calle", cuando ocupas la vereda con elementos privados y, cuando, en acuerdos colectivos, unos pocos deciden patear el tablero y no reconocer las prácticas democráticas que hacen que una sociedad funcione.

Ahí es cuando todo se va al diablo: cuando un padre o madre le enseña a su hijo pequeño que puede hacer lo que le da la gana y zurrarse en los demás.