notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Urbanista

El calor del verano en Lima se hace más fuerte y muchos buscan las playas para refrescarse. Como es usual, la temporada veraniega no solo trae consigo cebiche y bloqueador solar, también reaparecen las actitudes discriminatorias y la segregación. Los programas de TV y radio así como la prensa escrita dedican espacio a debatir acerca de si está bien o no que algunos vecinos pongan rejas en las playas o contraten guardias para impedir el ingreso de algunas personas a la que consideran "su" playa.

Además, según los resultados de la última encuesta de Lima Cómo Vamos, "ir a la playa" es una de las tres actividades que más realizan los limeños (51.3%), junto con "ir al cine" (52.9%) o "ir a parques a pasear" (75.3%).

Sin embargo, si miramos con atención los resultados, los limeños del nivel socioeconómico más alto van más a la playa que los de menores recursos. Así, un 60.4% del nivel A/B tiene la ventaja de disfrutar de las playas y solo un 38% del nivel D/E lo hace.

Sorprende que una actividad que es por naturaleza gratuita, pues no debe pagarse una entrada para acceder a ella, tenga tantas otras barreras que impiden que más limeños puedan disfrutarla.

Además de los costos intrínsecos a la actividad como el traslado y la comida, existen dos obstáculos adicionales. Por un lado el acceso a las playas es difícil. Hay poco transporte público que te acerque a ellas (incluso es inexistente en el caso de la Costa Verde, salvo cuando hacen funcionar el servicio especial del Metropolitano).

Pero, además, al llegar a ellas es necesario emprender una larga caminata bajo el sol pues los paraderos suelen estar bastante lejos de la playa en sí.

Esto puede resolverse al incluir las playas como destinos reales en la planificación del transporte público y, en el medio local, la inclusión de servicios como triciclos que no son contaminantes, a diferencia de los mototaxis.

La otra barrera es más invisible pero cobra forma en esos guardias, rejas y muros que se instalan en la arena y en el acceso a ella. Recuerdo claramente unos letreros en una playa del kilómetro 97 que decía a escasos metros del agua del mar que no se podía pasar por ser propiedad privada.

Este problema es más difícil de resolver y es que cuando a uno le arrancan su derecho a bañarse en el mar, son pocas las ganas que quedan para disfrutar.