(Fotos: Jorge.cerdan/@photo.gec)
(Fotos: Jorge.cerdan/@photo.gec)

El miércoles hubo protesta en distintos puntos del país, en el Centro Histórico de la capital especialmente, incluso algunos choques con la Policía, cuando ya caía la noche. Pero lo cierto es que Lima finalmente no fue “tomada”, como anunciaba el eslogan de los seguidores de Pedro Castillo. Al final, el extremismo, no pudo salirse con la suya.

Las marchas, que coreaban toda clase de consignas contra el Gobierno, no se desbordaron en tremendos actos de violencia como en anteriores oportunidades, en parte porque, siendo bulliciosas, no fueron masivas, y en parte por el criterio y el estilo eficiente con el que se desplegaron las fuerzas de seguridad.

Todo indica que la cantidad de demandas políticas que se coreaban en las calles terminaron dispersando –más que las bombas lacrimógenas– a los movilizados, pues la falta de cohesión se hizo notoria. De cualquier manera, el radicalismo de izquierda que desde hace semanas venía amenazando con generar el caos no logró imponer sus condiciones ni empujar a las muchedumbres a enfrentamientos con la policía.

En líneas generales, aunque los limeños fueron cautelosos y en algunos colegios se produjo ausentismo, la ciudad estuvo en calma. La temperatura de la protesta se enrojeció en el termómetro solo hacia las últimas horas del día, en los alrededores de la avenida Abancay cuando los manifestantes más avezados se empeñaron en permanecer en la plaza Bolívar y lanzar sus habituales imprecaciones contra el Congreso y la presidenta de la República.

En el interior del país se produjeron nutridas marchas acompañadas cada tanto de flamígeros discursos –con vivas y mueras a grito pelado–­ pero sin que la sangre llegara al río, salvo en Huancavelica, donde sí se registró un intento de incendiar la prefectura, rápidamente sofocado por la Policía Nacional.

La Inteligencia policial funcionó esta vez con precisión, pues los efectivos se mantuvieron alertas y actuaron solo en circunstancias en que la situación se podía precipitar en violencia. Así, la del miércoles fue una protesta que mayormente se mantuvo dentro de lo que prescribe la Constitución, sin salirse del cauce democrático.

Los desadaptados de siempre y los radicales prestos a ‘incendiar la pradera’, se quedaron sin poder hacer negocio.