La otra mano (GettyImages)
La otra mano (GettyImages)

Un recuerdo, aunque dijo que no tenía muchos, de cuando era una niña de unos 8 años. De la escuela, en una ciudad de provincia. Una compañera de clase se fracturó la mano y el antebrazo derechos. “La vi sufrir mucho y decidí que yo haría durante un tiempo todo con la mano izquierda, como ella tuvo que hacerlo, sin mucho éxito, por lo menos en lo que se refería a los estudios”, me dice.

Se siente visiblemente orgullosa de haberlo hecho. Es evidente que está recuperando un episodio importante y que se complace en atar cabos y armar las piezas de un pequeño rompecabezas que no tuvo a la mano por años y que, al borde de los 40, la pone en un ánimo entre nostálgico y curioso.

¿Y por qué lo hiciste?, le pregunto. Me mira como si hubiera una sola respuesta posible. “Pues a mí una fractura no me iba a agarrar desprevenida, tenía que practicar y hacerme de una habilidad que podía servirme en el futuro”, me dice condescendiente.

“Bueno”, reflexiono, “hubiera podido ser, también, una expresión de solidaridad, como ocurre cuando una persona se rapa el pelo al tener un ser querido que pasa por una quimioterapia; o un experimento de empatía, ponerse en el lugar del otro para entender a quienes están en una determinada circunstancia”.

No es que una u otra motivación o reacción sea mejor que las otras —también está la indiferencia, el apoyo directo, la curiosidad científica—, pero reconocer que hay varias y entenderlas ayuda a ser compasivo con los demás y con uno mismo. De paso, practicar todos los días hacer todo con la mano que no es la dominante es útil y, además, nos permite ver el mundo desde otra perspectiva.

TAGS RELACIONADOS