(Foto: GEC)
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¿Vio Odisea 2001 de Stanley Kubrick? ¿Cuando el humanoide usa un hueso como arma para matar? Pareciera que la guerra fue el inicio de la civilización. Al principio se atacaba a la tribu vecina para apropiarnos de sus ganancias. Con el tiempo se generalizó, como respuesta ante la incapacidad de conciliar intereses y de encontrar soluciones. Cosa curiosa. La guerra produce las miserias más grandes, porque trae muertos, heridos, desplazados, violaciones, pillajes, hambre y destrucción. Sin embargo, al mismo tiempo, la guerra es capaz de despertar valentía, disciplina, austeridad, solidaridad y heroísmo. No debería llamar la atención, por ejemplo, que durante la guerra sea cuando más impuestos se pagan. Rutger Bregman, en su participación en Davos 2019, recordaba cómo durante el gobierno de Eisenhower fueron eficaces tasas marginales que llegaban al 90% en medio de la guerra contra Corea. Eisenhower era republicano, de los que postulan menos impuestos a las empresas, pero también era un veterano de guerra.

No es exclusivo de las guerras. Los desastres naturales producen lo mismo. Deborah DeWolf publicó en 2000 un manual sobre la salud mental de los trabajadores en desastres. Determinó que, como en la guerra, los desastres cohesionan a las sociedades y despiertan emociones colectivas. La llamó la etapa “heroica”, que es seguida de una que llama “la luna de miel” por la simpatía a las autoridades y a los trabajares sociales que luchan contra el desastre. ¿Recuerda cuando salía al balcón a aplaudir a las 8 p.m. y el presidente Vizcarra tenía 85% de aprobación? Lamentablemente, sigue otra etapa fatal, la “desilusión”, que trae abajo todo lo ganado. En esa estamos, ahora que la segunda ola nos revuelca. Claro, al final está la etapa de “reconstrucción”, que demora lo que tardemos en superar la desilusión.

Las sociedades que superan sus desgracias son las que mantienen en el tiempo el coraje y el empuje que generan las adversidades. Son las que se saltan la desilusión para reconstruirse pronto. William James, en un discurso en Stanford en 1906, las llamó sociedades que mantienen el “equivalente moral a la guerra”. Pues bien, tenemos todas las crisis: sanitaria, económica, política, fiscal, de gestión y aumentando. En nuestra etapa heroica supimos qué hacer. Nos relajamos y miren dónde estamos. También conocemos el remedio: recuperar la confianza, el coraje, la solidaridad, el respeto a las normas y el pensar en el otro. Recuperar los valores que tuvimos por un par de meses, como si fuese moralmente una guerra.

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