(Foto: Congreso de la República)
(Foto: Congreso de la República)

Las modificaciones constitucionales aprobadas el domingo son uno de los mamarrachos más grandes de nuestra historia republicana. En cuestión de minutos, los legisladores de turno descuartizaron la Constitución y reescribieron el equilibrio de poderes del Estado peruano. Se imaginaron a sí mismos haciendo una jugada maestra, pero evidenciaron su improvisación e incapacidad, dejando un daño que, si no corrigen pronto, lo tendrá que hacer el TC.

Tenían que regular la inmunidad parlamentaria ante delitos comunes, algo que se viene discutiendo seriamente por meses, pero cambiaron de un porrazo cuatro artículos más de la Constitución. Los parlamentarios ya no tendrán inmunidad ante delitos comunes, pero sí estarán plenamente cubiertos en caso de denuncias por delitos de función. Esa prerrogativa, sin embargo, ya no la tendrán el Defensor del Pueblo, los magistrados del TC, los ministros y el presidente. A estos últimos les quitaron prácticamente todo. La figura del antejuicio ha quedado solo para los legisladores, lo que quiere decir que, ante delitos de función, solo los congresistas tienen derecho a ser evaluados previamente por el Congreso. ¿Qué tan cegado puedes estar para creer que desproteger a todos los altos funcionarios, incluido a magistrados, es una buena idea?

Es tan absurdo lo aprobado que el Congreso se quitó a sí mismo la posibilidad de hacer juicio político a los ministros, algo que, dentro de todo, los ministros le van a agradecer, pero que demuestra lo poco que entienden de la mazamorra que han aprobado.

Las modificaciones constitucionales tienen un espíritu de permanencia en el tiempo y por eso requieren un análisis y debate profundo, sobre todo porque los artículos de la Constitución dialogan entre sí. Legislar con el hígado no termina en nada bueno. Ni Rosa Bartra se atrevió a tanto. Ahora que el TC les enmiende la plana.