Bicameralidad
Bicameralidad

Imagínese que en un salón de clase hay 50 alumnos. 15 de ellos tienen carro propio. 35 son peatones o usan transporte público. Se propone someter a votación si los carros privados se vuelven de propiedad común para uso de todos.

Si aplicamos el principio de mayoría, los carros serán confiscados por votación mayoritaria y la minoría perderá su propiedad. Sin límites en la representación democrática, se actuará también sin límites.

Imagine ahora que ese salón de clase toma todo tipo de decisiones. A veces seremos parte de una mayoría y otras veces parte de una minoría. Puede ser que una misma persona pertenezca a una minoría a favor del aborto, a una mayoría a favor de una mayor regulación ambiental y a una minoría que prefiere estar tranquila en su casa mientras otros hacen fiesta hasta altas horas de la noche. Todas estas cosas pueden depender de leyes que dé el Congreso. Nos conviene una regla en que tanto la mayoría como la minoría sean respetadas.

En el Congreso, una mayoría podría actuar populista o prepotentemente (¿le suena conocido?) y tomar decisiones en contra de los derechos de las minorías. Con una sola cámara, eso suele pasar.

Con dos cámaras, en las que 1) se mejora el nivel de representación y 2) las formas de representación son distintas en cada una, se minimiza ese efecto.
Para ello debe desaparecerse el sistema de representación proporcional. Hoy un congresista puede representar hasta 7 millones de personas y un ciudadano puede tener hasta 36 representantes. Con esos números, ni el congresista identifica quiénes son sus representados ni los representados saben cuál es el congresista que los representa.

Además, con dos cámaras, se puede elegir representaciones que nos den más fuerza cuando somos una minoría. Por ejemplo, si una cámara tiene representantes mayoritarios de los peatones, pero en la otra, los propietarios tienen mayoría para aprobar una ley de confiscación de autos, tendrán que negociar. Con ello se logra un balance.

La segunda cámara frena el exceso de poder, reduce el exceso de leyes y, además, como se requiere consenso, mejora la calidad de las mismas. Las leyes tendrán mayor legitimidad.

Para ello hay que elevar el número de congresistas. De lo contrario, la representación seguirá siendo difusa e inefectiva. Y debe hacerse sustancialmente. Aunque suene extraño, más de algo malo (congresistas) puede llevarnos a algo mejor.

La iniciativa del presidente Vizcarra para cambiar a un sistema bicameral es buena. El proyecto que ha presentado es pésimo. Es fruto de la improvisación. Sería una oportunidad desperdiciada si el cambio al bicameralismo se produce con un sistema que nos priva de los beneficios que el bicameralismo puede crear.