La Comisión Especial concluyó este lunes 24 de junio el proceso de selección de la JNJ. (Foto: Difusión)
La Comisión Especial concluyó este lunes 24 de junio el proceso de selección de la JNJ. (Foto: Difusión)

Al paso que vamos, la nonata Junta Nacional de Justicia (JNJ) tendrá que reclutar a sus “notables” en el sorteo de comprobantes de pago o pedirle a Ricardo Gareca que les haga el equipo, porque algo tiene que estar muy mal en el proceso de selección para que de los únicos tres aprobados en el primer examen, ninguno haya quedado en pie luego de las pruebas de rigor.

Y la verdad es que no da para reírse mucho, pues es preocupante que el ente llamado a reemplazar al chamuscado Consejo Nacional de la Magistratura, al cabo de exámenes, balotarios y entrevistas, no logre reunir aún al conjunto de 14 jurisletrados que necesita para ponerse en marcha.

Es ciertamente positivo, saludable, que personajes como el procaz abogado tuitero hayan quedado finalmente descalificados, pero no olvidemos que sobrevivió al mismo examen que dejó fuera a conocidos hombres y mujeres de leyes, algunos de ellos incluso con un, digamos, modesto pero honroso paso por instituciones públicas.

La total inoperancia del mecanismo de selección que, dicho sea de paso, contó con la participación de la Academia de la Magistratura e importantes universidades públicas y privadas, se hizo patente hasta casi el ridículo con los cuestionamientos que surgieron en contra del único postulante que hasta ayer parecía haber aprobado todo, que a la sazón llevaron a que la ceremonia de su juramentación fuera suspendida in extremis por la Comisión Especial para la elección de miembros de la JNJ.

Algunos malintencionados, entre los que, por supuesto, no se cuenta Perú21, se explicarán el desaguisado remitiéndose lacónicamente a la infausta locución que acuñó un viejo general golpista, aplicándola esta vez tanto a seleccionadores como a postulantes: “cojurídicos”. Otros han dicho que el proceso está dando la medida intelectual y ética del gremio, en tiempos en que los magistrados honestos tienen que fajarse con los corruptos para poder desempeñar sus tareas en la administración de justicia.

Pero, más allá de especulaciones, lo perentorio es que este accidentado proceso, por decir lo menos, sea revisado y replanteado de principio a fin, a riesgo de que el remedio termine siendo peor que la enfermedad.