Augusto Rey
Augusto Rey

Nuestra Constitución señala que “la Educación tiene como finalidad el desarrollo integral de la persona humana”. Eso incluye el desarrollo moral e intelectual de un escolar, pero, sobre todo, tiene que ver con la posibilidad de alcanzar nuestro mayor potencial como individuos. Un objetivo tan elevado está vinculado directamente con la calidad de la enseñanza, algo que es imposible alcanzar sin calidad docente. Si no hay buenos maestros, con formación pedagógica y vocación de servicio, olvidémonos de la ansiada calidad educativa.

Imposible no pensar en eso cuando se cumplen 10 años de la partida de Constantino Carvallo. Fue mi profesor y un visionario de la educación alternativa en nuestro país. Una de sus cualidades es que renegaba de la formación escolar mecánica, de la transferencia de conocimiento estéril y de la dictadura del profesor. Confiaba en los alumnos. Así, desde la defensa de la libertad, formó un colegio donde no había el estudiante perfecto ni la necesidad de serlo.

Constantino decía que para ser maestro “no hay método, no hay sistema, el buen maestro no tiene doctrina. Su difícil trabajo es, como el psicoanálisis de Lacan, una aventura singular permanente”. Insistía en que el rol del maestro era educar ciudadanos y que “de todas las huellas que la escuela puede dejar en el alumno, la mejor es el incremento de las ganas de vivir”.

Una década después de su muerte, cada vez que nuestra educación se vuelve la piñata de los políticos de turno, pienso que necesitamos reconocer y respaldar más a esos profesores que, como alguna vez señaló el mismo Constantino, “entran a las aulas como orates. Sin dudas, sin vacilaciones sobre el contenido de la lección. Que enseñan con el corazón henchido, apasionado, echando fuego, fascinados con lo que van a enseñar”. Tal vez, así, dejemos de ser un “país de repitentes”.

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