(Foto: Facebook)
(Foto: Facebook)

Las deplorables declaraciones que el candidato Pedro Castillo dio sobre el alto número de feminicidios en el país no se borrarán de la memoria de los peruanos –y mucho menos de las peruanas– con un par de tuits presuntamente aclaratorios o las atropelladas explicaciones que suele dar cada vez que se percata de que se fue de lengua. Tampoco las otras inaceptables expresiones que ha tenido y que ofenden a todas las mujeres del Perú (“los hombres paran la olla” y “¿acaso nuestras hijas no salen, a partir de las 11 o 12 de la noche, a las grandes ciudades a prostituirse?”).

Sus palabras sobre los feminicidios fueron pronunciadas sin ningún apremio, con clara consciencia del contexto: “Porque el maltrato, porque el feminicidio, es producto de la ociosidad que genera el mismo Estado, la despreocupación, la delincuencia…”.

Una simplificación grotesca que por cierto no se debe a una ocurrencia aislada, propia del momento: no. El machismo, el desprecio por la mujer, está en los orígenes mismos de Perú Libre, que ya en Huancayo era considerado un reducto del machismo-leninismo, por el escaso respeto que sus militantes más señalados mostraban con las mujeres (vergonzoso que Verónika Mendoza traicione sus principios como mujer de izquierda, dándole su apoyo en esta segunda vuelta).

Vladimir Cerrón, ideólogo y líder máximo del partido, ha logrado acuñar para la historia negra de la política peruana frases tan nefastas como “dicen que la revolución es como una mujer, necesita de hombres verdaderos”. La propia candidata a la vicepresidencia de PL, Dina Boluarte, arrastra –de cuando era la jefa de una agencia del Reniec– una denuncia por maltrato a una activista y cantante transexual, a quien humilló públicamente en sus oficinas.

Y es que el machismo prepotente, abusivo, que hasta puede llegar al extremo de burlarse o hablar con ligereza de una tragedia social como es el feminicidio en el Perú –que al año pasado cobró la vida de 132 ciudadanas y registró 204 intentos de asesinato–, es vecino de la homofobia. Que no extrañe a nadie, entonces, por qué Castillo y su Conare se oponen a un enfoque de género en la educación.

Pero vemos que no solo la educación está amenazada por ideas y prácticas despectivas contra la mujer y las minorías sexuales. Trasladados estos tristes conceptos a la vida social y familiar de los peruanos, lo que queda no es más que otra demostración de las ideologías retrógradas que representan Pedro Castillo y Vladimir Cerrón.