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Redacción PERÚ21

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Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantesExcepción hecha del oficialismo, existe un consenso general en el país de que Nadine Heredia ejerce el poder ejecutivo en el gobierno de su esposo el Presidente de la República, Ollanta Humala. Hace mucho ya que la tesis de la influencia propia del lecho matrimonial y la vida conyugal pasó a la historia cuando la Primera Dama empezó a determinar públicamente qué estaba y qué no en la agenda del gobierno. La discusión está, para la inmensa mayoría que piensa esto, en la intensidad de ese poder ejecutivo. Para algunos se trata de una troika entre el Presidente, su esposa y el ministro de Economía. Para otros es un cogobierno entre su esposa y él. Finalmente, viene creciendo la percepción de que no se trata ni de dos ni de tres, sino de uno: el gobierno de la señora Heredia.

En cualquiera de los casos el asunto es que el de la señora Heredia es un poder espurio. Y como todo poder ilegítimo es un poder de facto. Lo dicho no es fruto ni de la especulación ni de la opinión. Es fruto de los hechos. Hechos narrados por los propios ministros de Estado. No sólo son las declaraciones de ex primeros ministros "despechados" o que "renuncian por la intromisión de Nadine Heredia". Así, cuando el señor Castilla apareció el último domingo pasado en Cuarto Poder para darle el tiro de gracia a su "jefe", dejó perfectamente explícito que "Nadine Heredia es el puntal del gabinete" y que él "no tiene ningún problema en admitirlo". De tal modo que el puntal no es ni el Presidente ni su primer ministro, sino una señora a quien nadie ha elegido para gobernar y que tampoco ocupa un cargo público por delegación de la autoridad suprema, es decir, del Presidente.

Cuando un poder de facto se entroniza en un gobierno es porque ha habido un golpe de Estado. No hay otra forma que ello ocurra. No hay necesidad de que salgan los tanques a la calle ni que las turbas se desborden para interrumpir el orden constitucional. Con balas, gritos o con guante de terciopelo lo único importante es que el orden constitucional quede interrumpido. Y eso sucede cuando manda quien no tiene legitimidad para mandar. Cuando convoca, despacha y dispone quien no tiene más autoridad que la de los hechos para hacerlo. Poco importa si es hombre o mujer. Civil o militar. De izquierda o derecha. Lo importante es que gobierna quien no debe. ¿Sucede o no eso en el Perú? Sucede; no hay más que preguntárselo a cualquiera en la calle.

En el Perú hay pues un golpe por omisión: el del Presidente que se ha desentendido de gobernar sin el asentimiento político y emocional de su esposa. Y hay un golpe por acción: el de la primera dama y presidenta del partido de gobierno (una grotesca coartada para tapar su injerencia) que ante el desentendimiento de su esposo y a plena luz ejerce un poder ejecutivo que no debe. Que la opinión pública no perciba aún la magnitud del hecho o que la clase dirigente mire hacia un costado porque la señora Heredia apoya el modelo económico que a todos nos conviene, no significa la inexistencia de un poder de facto en el Perú en la esfera más alta del gobierno.

Lo que queda ante un acontecimiento político como este es protestar. Porque de eso se trata ser leales a la democracia, la Constitución y las leyes. Se trata de respetar la voluntad popular emitida en el sufragio. Se trata de que el Presidente la respete.

Protestar significa entonces salvar al Presidente. Exhortarlo con corrección y firmeza para que reflexione profundamente sobre las consecuencias de sus acciones u omisiones. Insistir en avalar un poder de facto en su gobierno es poner en tela de juicio su Presidencia. Es seguir la senda sin retorno del descrédito público y de la incredulidad ciudadana (¿o alguien le cree que el desleal, mentiroso e ingrato fue Villanueva?). Es devaluar el poder ejecutivo cuyo deber es entregar a su sucesor mejor de lo que él lo encontró. Es sembrar vientos políticos inútiles para cosechar tempestades constitucionales.

Protestemos pues para que el juramento del Presidente no haya sido en vano. Que el cumplimiento de la Constitución y las leyes empiece por Palacio. Nadie quiere que mañana Dios y la Nación se lo demanden.