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El Gobierno ha sido incapaz de administrar con eficacia la crisis de la salud y es el causante directo de la magnitud de la crisis económica.
Es imperativo que el presidente cambie de operadores y escuche. Estamos esperando. No hablemos más de la brutalidad del cierre de la economía, hablemos de la recuperación. El país necesita reponer los casi tres millones de empleos perdidos y crecer.
Son más de 2.6 millones de empresas formales medianas y pequeñas que dan sustento a la mitad de la población del país. Guste o no, somos un país de empresarios.
El COVID-19 cobra vidas cada día, quizá a la fecha sean más de 50,000 fallecidos y también podrían regresar a la situación de pobreza cuatro millones de emprendedores que a la postre terminarán más afectados por la crisis económica que por la propia pandemia.
La traba principal para la recuperación viene siendo la inflexibilidad estructural que sufre el sector privado.
El Estado debe hacer a un lado la ideología y dar un cambio radical en dos aspectos:
Dar libertad para ajustar la planilla, generando confianza para volver a contratar.
Reenfocar el papel del Estado, hoy dedicado solo a trabar y sancionar, por uno que fomente el empleo, la productividad y la seguridad.
El resto dejarlo al empresario.
Rediseñar el negocio, orientándolo al valor.
Aligerar la estructura, reducir costos, incrementar productividad y eficiencia en todas las líneas. Eliminar gastos innecesarios, cuidar la caja, renegociar deudas, contratos y condiciones. Reducir exposición cambiaria.
Reforzar la unidad, en torno a gente comprometida. En resumen: salvar la empresa, hacerla sostenible y recuperar el empleo.
