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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Cuando, en el 2005, Alejandro Toledo le pidió a Pedro Pablo Kuczynski que se hiciera cargo de la presidencia del Consejo de Ministros en un gobierno que parecía destinado a naufragar, PPK aceptó con algunas condiciones. La más relevante, quizás, fue que su entonces viceministro, Fernando Zavala, ocupara la plaza de ministro de Economía que PPK dejaba.

Luego, el recién nombrado gabinete pidió la confianza al Congreso casi a sabiendas de que no habrían de dársela. Cecilia Blume, entonces jefa del gabinete de asesores de PPK, se encargó de hacer un informe muy extenso y de que PPK lo leyera íntegro y muy despacio.

PPK empezó a leer a las 4:50 de la tarde y la sesión terminó pasada la media noche, después de que Ronnie Jurado, congresista por Tacna del partido de gobierno pusiera una banderita chilena sobre el lugar de PPK y lo llamara "prochileno"; el desaparecido Javier Diez Canseco lo acusara de vendepatria; Paulina Arpasi le regalara una casita "sin agua y sin luz"; y Rafael Rey, entonces de Unidad Nacional, le exigiera "prometer" que no postularía a las elecciones del 2006. Con todo en contra, el gabinete PPK obtuvo la confianza. Alguien hiló fino y tuvo muñeca. Y no fue Toledo.

PPK mantuvo cerca a Zavala, quien se desempeñó, valgan verdades, con la soltura que le daba el padrinazgo. Han pasado 10 años y en ese lapso, Zavala ha hecho y aprendido más cosas que muchas personas en el doble de tiempo. Su capacidad de gestión está fuera de toda duda y, aunque no sabemos mucho de su capacidad de aglutinar voluntades y de negociar lealtades para articular contrapartes y adversarios (lo político), sabemos que solo no va a estar.

PPK-Zavala es, como dupla, un lujo. Pero subir a Marcahuasi no toma un purasangre. A veces, es mejor un burro.