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Luis Davelouis: Papa Presidente I
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No creo en el dios de los cristianos. Ni en ningún otro. Si hay algo superior, claramente no está representado por la Iglesia Católica que, en efecto, ha sido la principal promotora del conocimiento de su propio tiempo pero a la vez y por ello mismo, ha sido también la mayor represora del pensamiento humano y la alcahueta y –muchísimas veces– promotora de algunas de las desgracias más grandes registradas en la historia de la humanidad.Tampoco creo en la sabiduría de los papas. Usar faldón y no hacer el amor no convierte a nadie en sabio, mucho menos en santo. Y las decenas de miles de historias de hombres y mujeres que decidieron "dedicar su vida a Dios" mientras violaban niños lo demuestran. Y, además, estos miserables eran protegidos por su iglesia, lo que agrega al ultraje un escupitajo de desprecio en los ojos de las víctimas y la sociedad de la que se presumen guías o protectores.
Sospechaba que el papa Francisco era un demagogo, un hábil marketero que, con gestos y superficialidades y declaraciones amistosas y ambiguas, intentaba detener o mitigar en algo el alejamiento progresivo de los fieles de la corporación vaticana. Sin embargo, luego de la encíclica Laudato Si, mi sospecha decayó y se convirtió en una cosa muy parecida a la esperanza (cosa digo, porque me es extrañísima la sensación esa).
Hoy, tras escuchar y leer sus discursos en Cuba y EE.UU. (dos de los países insignia del bipartidismo planetario que subsiste) le he empezado a creer. Los gestos pueden ser poderosísimos y llegar al Congreso de EE.UU. y decirles en su cara pelada que lo que hacen con los inmigrantes es un crimen, sobre todo considerando que todos los que están sentados allí son hijos de inmigrantes, es tan potente, que ya es casi un hacer. Seguiremos comentando.
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