Las generalidades están a la orden del día. Los candidatos anuncian que acabarán con la pobreza, que crearán puestos de trabajo, que darán (¿darán?) salud, educación, agua y hasta Internet a todo aquel que lo necesite. Que acabarán con el crimen, que harán que la economía crezca para atraer inversión e insertar a los excluidos en el mercado y sus beneficios.
Todo lo anterior son generalidades, lugares comunes. Y los lugares comunes son, casi por definición, cáscara, están eviscerados de contenido y, en el contexto de una campaña electoral –y para más señas, de una con las características de concurso de lodazal que tiene la actual–, nada de lo que se dice es verdad porque nada de lo que se ofrece es vinculante.
Por poner solo los dos ejemplos más recientes. "Vamos a acabar con los services que explotan a los trabajadores y les quitan sus derechos", "vamos a renegociar el TLC (con EE.UU.) que atenta contra los intereses y la soberanía nacional", dijo Alan García en la campaña 2005-2006, y ahí siguen los services y CAS, y ahí sigue el TLC, intacto. "Vamos a acabar con la explotación de los trabajadores en las agroexportadoras", "vamos a desarrollar el gas", "vamos a hacer que el balón de gas cueste S/12", dijo Ollanta Humala en la campaña 2010-2011. ¿Se acuerdan?
Salvo honrosas excepciones, los candidatos se siguen quejando de que el estiércol volador, del que tienen que defenderse arrojando más estiércol, no les permite explicarle a la ciudadanía sus propuestas ni cómo es que piensan materializarlas. La mierda que se arrojan no permite el debate de ideas ni contrastar programas ni propuestas. Pero, cuando se abren algunos pocos espacios para debatir (OIT, IEP, etc.), no van. ¿Es que ya se acostumbraron a no tener que convencer a nadie? ¿Tanto nos menosprecian?